Queridos lectores, saludos desde Londres, que comienza el nuevo año con relativa calma: ningún líder empresarial fugitivo ha llegado a nuestras costas, e incluso las diabluras parlamentarias están calladas. Pero tras bambalinas, Gran Bretaña desempeña su papel habitual con todas las vacilaciones de un vanidoso Hugh Grant en una terrible comedia romántica británica: un peón en la disputa geopolítica definitoria de la nueva década entre China y Estados Unidos.
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Un campo de batalla clave en la lucha de las dos superpotencias por la supremacía es la tecnología, personificada por el furor sobre Huawei. Para Washington, el cálculo es simple. El grupo de telecomunicaciones con sede en Shenzhen es una amenaza a la seguridad nacional, capaz de espiar sus redes y transmitir la información a la sede del Partido. También representa todo lo que es repugnante para EU sobre China: un campo de juego disparejo, subsidios estatales y robo de propiedad intelectual. Oh, y también fabrica un kit que realmente es bastante bueno, lo que es algo más que un poco irritante cuando tus propios jugadores en el campo —digamos Lucent, o Nortel de Canadá— fueron relegados al cementerio de la historia.
Ambas partes pasaron gran parte del año anterior cabildeando para que el resto del mundo se pusiera de su lado. Huawei lanzó una ofensiva para cautivar, desarrollando un conjunto ya impresionante de patrocinios y becas de investigación, mientras que Washington llegó a amenazar con cortar los vínculos de inteligencia con Reino Unido y otros gobiernos que no le mostraron la puerta a Huawei.
Este mes es el momento de la verdad para Reino Unido, y Huawei marcó la ocasión al lanzar su “Centro de Innovación y Experiencia 5G” en Londres. El escaparate con el nombre nada elegante abrió sus puertas en diciembre en Cocoon Global con financiamiento de China en la City de Londres. Piensen en WeWork con un patrocinador irrebatible que llega con el bono adicional de lecciones de mandarín. (Que nunca se diga que China desperdicia alguna oportunidad para impartir una cucharada de poder blando).
El centro es solo el ejemplo más reciente de generosidad que se entrega Reino Unido. Hay otro centro 5G sensacional en la Universidad de Surrey; otras universidades que son beneficiarias son la de Edimburgo y el Imperial College de Londres. Hasta ahora, solamente Oxford —un estimado lugar de aprendizaje pero más conocido por producir primeros ministros que ingenieros y espías— dejó de recibir el dinero de Huawei.
Los legisladores en Estados Unidos tampoco están arrastrando los pies. Ganaron algunos aliados —Australia se encuentra entre los pocos que prohibió por completo a Huawei sus redes 5G— pero han sufrido muchos reveses en Europa. Se está dando un último impulso en Reino Unido: Reuters informa que el secretario de Estado de EU, Mike Pompeo, presionará a su homólogo en Reino Unido, Dominic Raab, en Washington.
Esto deja a Gran Bretaña en un clásico aprieto británico. No es que la nación sea reacia a ofender —los modales se fueron con el ómnibus Clapham— pero necesita a todos los amigos que pueda obtener mientras se prepara para salir de la Unión Europea.
La relación especial con Estados Unidos —esa “piedra angular” del orden mundial democrático y moderno, según Paul Johnson— es especialmente difícil de eliminar.
Las cosas son aún más incómodas con China. Es más difícil ignorar las franjas cada vez más autoritarias del país en Xinjiang y Hong Kong. Pero China tiene dinero y una disposición bastante útil para gastarlo en Reino Unido.
Ha dado el aire para lanzarse al rescate de empleos en las industrias en el ocaso de Gran Bretaña, como el acero y, aunque aparentemente esto se gasta en los políticos miopes, demuestra la mentira de la “tormenta de destrucción creativa” de Joseph Schumpeter. El dinero chino también se ha destinado a sectores estratégicos como la energía nuclear.
Y ADEMÁS
DUDAS SOBRE LA EMPRESA
El papel de la compañía en el suministro de infraestructura de telecomunicaciones Reino Unido debería ser estrictamente limitado y recibir un fuerte monitoreo. Mientras tanto, somos más que un poco escépticos cuando nos enfrentamos a los resultados de Huawei —una empresa china de propiedad privada cuyas cuentas están sujetas a poca verificación externa— que no muestran ningún impacto del boicot estadunidense.