En un viaje a Silicon Valley hace algún tiempo tuve reuniones con el fundador de una empresa de fintech, con el jefe de una incubadora de startups y con un alto ejecutivo de una compañía de realidad virtual. Por casualidad, todos tenían una característica en común: nacieron en la Unión Soviética.
Además de los ejecutivos nacidos en India y que ahora dirigen Google, Microsoft, IBM y Twitter, pocas nacionalidades han tenido un impacto tan grande en el sector de tecnología estadunidense como los rusos y los ucranianos. Sergey Brin, cofundador de Google, y Yuri Milner, inversionista en tecnología, nacieron en Moscú. Jan Koum, cofundador de WhatsApp, y Max Levchin, uno de los fundadores de PayPal, son originarios de Kiev.
Es posible que pronto surjan algunos empresarios supercargados en Estados Unidos, Europa e Israel. La invasión rusa expulsó a millones de ucranianos de su país y provocó un éxodo masivo de rusos. Pero mientras se espera que la huida de ucranianos sea temporal, la salida de rusos puede ser permanente. El presidente Vladímir Putin puso en reversa a su país, regresando a Rusia a un pasado dictatorial y aislacionista que muchos pensaban que había quedado atrás.
Como la escritora Masha Gessen informó en el New Yorker, “las personas huyen de Rusia debido al temor de una persecución política, al reclutamiento y al aislamiento, porque temen quedar encerrados en un nuevo país desconocido que se parece inquietantemente a la antigua Unión Soviética, y debido a que permanecer en un país que emprende una guerra se siente inmoral, como estar a bordo de un avión que arroja bombas a la gente”.
Las cifras son difíciles de verificar, pero OK Russians, un sitio de información que creó un grupo de migrantes, calcula que más de 300 mil rusos ya abandonaron el país desde el inicio de la invasión. Entre ellos hay muchos trabajadores del sector de tecnología, ya que las empresas extranjeras cerraron sus oficinas en Rusia. Los empresarios locales están desesperados por escapar de la represión autoritaria. De acuerdo con la investigación del sitio web, estos recientes migrantes son en su mayoría jóvenes, muy preparados, multilingües y con ganas de integrarse. “Rusia está perdiendo a los mejores de sus hijos e hijas”, afirma Dmitry Aleshkovsky, uno de los fundadores de OK Russians y antiguo líder de la sociedad civil de Moscú.
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Es posible que el Kremlin se alegre de perder una potencial “quinta columna”, pero los países vecinos no siempre están tan contentos de darles la bienvenida, dada la furia despertada por el ataque a Ucrania. Algunos migrantes incluso están regresando a Rusia porque no tienen acceso a cuentas bancarias o encontrar trabajo. “Lo que nos encontramos es que recibimos doble sanción”, me dice Aleshkovsky desde Tiflis, la capital de Georgia. “Somos enemigos del Estado dentro de Rusia y somos enemigos del mundo fuera de Rusia”.
La migración masiva ha sido un tema recurrente en la historia de Rusia. Un informe publicado por el Atlantic Council en 2019 identificó seis olas en los últimos 150 años. Las tres más grandes fueron entre 1881 y 1914, cuando muchos judíos huyeron de la persecución, en el periodo posterior a la revolución bolchevique de 1917 y la posterior guerra civil, y en la era tardía soviética y después, cuando el país cayó en un caos económico.
Pero el “Éxodo de Putin”, como lo denomina el informe del Atlantic Council, hizo que entre 1.6 y 2 millones de rusos abandonen el país en lo que va de siglo hasta 2019, y muchos más lo han hecho desde entonces. Lo que distingue a esta última oleada de las anteriores es que muchos exiliados rusos siguen comprometidos con lo que ocurre en su país, afirma Sergei Erofeev, uno de los autores del informe. También se inspiran en la diáspora bielorrusa, que hace una campaña activa contra el régimen dictatorial de Alexander Lukashenko.
Aunque la mayoría de los migrantes rusos no tiene culpa de nada a título individual, muchos se sienten responsables por no haber detenido a Putin, dice Erofeev. “Si una madre ucraniana te escupe, no tienes derecho a objetar”, afirma, y sostiene que la concepción del Kremlin sobre el mundo ruso está ahora tan desacreditada en el extranjero que está uniendo a la diáspora reciente. “La monstruosidad de esta guerra y la distinción entre el bien y el mal es tan clara que hay terreno para unificar todas estas fuerzas”, afirma.
Los migrantes rusos pueden ofrecer un “puente de esperanza” hacia un futuro de Rusia como un país más democrático y pacífico.
La indignación por la invasión está justificada. Las perspectivas políticas de Rusia bajo el mandato de Putin son también terribles. Y la oposición sigue débil a pesar del valiente desafío de Alexei Navalny, ahora preso. Pero aún hay buenas razones económicas y políticas para comprometerse, en lugar de rechazar, a estos últimos exiliados rusos.