En su campaña para las elecciones generales de 2019, Boris Johnson prometió al país que “conseguiría hacer el brexit”. Fracasó. Una vez más planea una ley que le permita repudiar partes del acuerdo respecto a Irlanda del Norte, sobre el que hizo campaña. Esto destruirá la reputación de Reino Unido de mantener su palabra, invitará a un repudio paralelo de la Unión Europea de su convenio de libre comercio, irritará a la administración Biden y dividirá a Occidente.
En la campaña del referendo de 2016, el entonces ministro de Relaciones Exteriores irlandés me comentó que la Unión Europea es un “proyecto de paz”. Era cierto para Francia y Alemania, también para Irlanda y Reino Unido. El hecho de que ambos fueran miembros de la Unión Europea hizo que las fronteras fueran casi irrelevantes. Esto logró facilitar el proceso de paz y puede ser lo que lo hizo posible.
“Si lo rompes, te lo quedas”, como dijo el difunto Colin Powell a George W. Bush antes de la invasión a Irak. Esto no parecía pasar por la mente de los partidarios del brexit. El acuerdo iba a alterar los lazos comunitarios entre ambos países, que habían facilitado el Acuerdo de Viernes Santo. La campaña de salir ignoró esta cuestión; la mayoría de los partidarios de permanecer también lo hicieron.
A su favor, Tony Blair y John Major, progenitores del Acuerdo del Viernes Santo, advirtieron sobre las consecuencias del brexit en una visita a Londonderry en junio de 2016. Blair argumentó que la única alternativa a los controles en la frontera terrestre “tenían que ser controles entre Irlanda del Norte y el resto de Reino Unido, lo que también era inaceptable”. Major advirtió que era “un error histórico” hacer cualquier cosa que pudiera desestabilizar el Acuerdo de Viernes Santo. Los dos tenían razón. Por desgracia, los ignoraron.
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Después del referendo, los partidarios del brexit insistieron en que su ajustada victoria les obligaba a elegir el brexit más duro posible. Rechazaron el mercado único y repudiaron el acuerdo de retirada de Theresa May, que mantenía a Reino Unido en la unión aduanera. La semana pasada, May recordó que presentó “a la Cámara un acuerdo que cumplía los requisitos del Acuerdo de Viernes Santo y nos permitía no tener una frontera en el Mar de Irlanda o entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda”. Por desgracia, el Partido Unionista Democrático y otros en la Cámara lo rechazaron”. Entre esos “otros” estaba Johnson.
Una vez en el poder, Johnson hizo su acuerdo para “conseguir el brexit”, el que ahora desea cambiar. Entonces dijo que “Irlanda del Norte tiene un gran acuerdo. Mantiene la libre circulación y el acceso al mercado único, pero también tiene acceso sin restricciones a Gran Bretaña”. Pero se mostró decidido a quitar el acceso a ese mismo mercado único al resto de Reino Unido. También insistió en que su “gran acuerdo” no implicaba controles fronterizos en el Mar de Irlanda, aunque obviamente sí.
En un discurso para justificar el rechazo unilateral, Lord Frost, negociador de Johnson, argumentó que “el detalle de las disposiciones del protocolo se impuso bajo coacción porque no teníamos la opción de ‘salirnos’”. En estas negociaciones, la Unión Europea estaba (y está) en una posición de mayor fortaleza, porque le importa mucho más a Reino Unido que a ellos.
Después de disrumpir a Irlanda del Norte, el líder de los partidarios del brexit culpó del apuro a la recalcitrancia de la Unión Europea. Sin embargo, la dificultad no se encuentra en el fondo del acuerdo: la economía de Irlanda del Norte supera a la de Reino Unido, que tiene un mal desempeño tras el brexit. Tampoco está en la opinión mayoritaria de Irlanda del Norte: 56 por ciento de sus votantes rechazó el acuerdo. Las elecciones de mayo de 2022 a la Asamblea de Irlanda del Norte también arrojaron 53 miembros a favor y 37 en contra. El problema es con los unionistas, pero los partidos unionistas en conjunto solo obtuvieron 40 por ciento de los votos en mayo. Éstos estuvieron a favor del brexit en 2016.
Nuestro gobierno, que trató con desprecio los votos de 16.1 millones de partidarios de mantenerse en la Unión Europea cuando eligió la versión casi más dura y perjudicial posible del brexit, desea dar a menos de 350 mil votantes unionistas de Irlanda del Norte y a un número menor de potenciales causantes de problemas el poder de romper el acuerdo de retirada con la Unión Europea, aunque perjudique las perspectivas del resto del país. “Es hora”, dice Frost, “de anteponer nuestros propios intereses”. El interés del pueblo británico reside en mantener las mejores y más estables relaciones con la Unión Europea, nuestro mayor socio comercial. No es arriesgarse a un mayor declive del comercio de Reino Unido en respuesta a las amenazas de violencia de una pequeña minoría.
Reino Unido debe cooperar en los esfuerzos para que el comercio con Irlanda del Norte sea más fluido, pero la Unión Europea también debe comprometerse y reconoce que el brexit le ayudó a progresar más rápido que si Reino Unido siguiera como miembro. La gratitud por la eliminación de este obstáculo debe animarlos a ser conciliadores, pero la decisión le corresponde a Reino Unido. Los europeos son vecinos eternos, comparten valores y tienen enemigos comunes. Reino Unido tiene que cumplir sus promesas. Esta versión de Hechizo del Tiempo (Groundhog Day) debe terminar.