A José Andrés le toma tres o cuatro intentos aparecer en la pantalla. Evidentemente, el principal chef y filántropo de Washington (distribuyó millones de comidas desde que comenzaron los cierres de emergencia por la pandemia de covid-19) no es tan hábil con la tecnología, como lo es en la cocina.
Después de soltar algunas maldiciones, el rostro barbudo de Andrés finalmente aparece. Se encuentra frente a un restaurante en Virginia Beach, un pueblo con tres bases militares a 338 kilómetros al sur de Washington, donde su organización benéfica, World Central Kitchen (WCK), entrega alimentos.
Aliviado de que finalmente nos conectamos, le digo a José Andrés que para el almuerzo con FT hice un pedido a un establecimiento que es retoño suyo, un restaurante pop-up mexicano de nombre “Muchas Gracias”, que dirige un chef que trabajaba para él.
Desde que comenzó el confinamiento, ha mantenido trabajando sus restaurantes y food trucks al ordenar miles de MRE (comidas listas para comer) para su organización benéfica.
Desde hace más de una década Andrés le lleva comida a los hambrientos. Llegó a Nueva York, procedente de España en 1991. Comenzó con el servicio de catering para un almirante español en Barcelona como parte de su servicio militar. Después trabajó para Ferran Adrià en el restaurante “El Bulli”, donde nació la cocina molecular.
Pronto se encontró en camino a Washington DC, donde cofundó Jaleo, un restaurante de tapas que recibe el crédito de llevar a Norteamérica los platos pequeños de estilo ibérico. Ahora es propietario de restaurantes en varias ciudades, entre ellas Washington DC, Nueva York, Las Vegas y Los Ángeles.
El chef es más conocido por su ayuda humanitaria. Cuando el huracán María pulverizó Puerto Rico en 2017, entregó más de 3.7 millones de comidas en toda la afectada isla, haciendo quedar mal a la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias y la Cruz Roja de Estados Unidos (EU). En Yokohama, a principios de este año, la organización benéfica de Andrés entregó miles de comidas al crucero de Diamond Princess que fue golpeado por covid-19.
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Andrés anuncia que presentará su almuerzo ante la cámara. A mí me parece más un banquete. El primer plato son las ostras fritas de Virginia Beach. El segundo es un plato de ravioles que contienen rampas, un puerro salvaje de los apalaches. “También tengo este increíble sándwich”, dice, sosteniendo un plato de papas fritas y algo carnoso.
Le pregunto si los restaurantes volverán a lo que se siente como la época de oro culinaria antes de la pandemia. Una vez que termine el confinamiento muchos restaurantes nunca volverán a la vida, dice Andrés. Se espera que el efecto de un distanciamiento social más ligero sobre los restaurantes independientes sea brutal; las grandes cadenas, en contraste, tienen más de un colchón financiero.
La pregunta parece dolerle a Andrés. “Vamos a volver”, dice. “Sé que muchos dicen que no podrán reabrir, pero yo digo lo contrario. Si eres una pequeña empresa, al final del día, harás lo que sea necesario los siete días de la semana”.
Señala que su esposa y sus tres hijas adolescentes ayudan todos los días como voluntarias en Washington DC. Andrés encabeza un grupo que presiona al Congreso de EU para que apruebe un proyecto de ley •la Ley Fema Empowering Essential Deliverie• que ampliaría quién califica para recibir ayuda para incluir a las víctimas de covid-19.
El proyecto de ley eliminaría las reglas que restringen la capacidad de FEMA de proporcionar apoyo a restaurantes y cafeterías en todo el territorio de EU. También dejaría en claro que el covid-19 es un desastre natural.
Andrés no es ajeno a la polémica. En 2015, retiró un contrato para abrir un restaurante en el Trump International Hotel, a unos cientos de metros de la Casa Blanca. Cuando Andrés se enteró de que Donald Trump, quien era un aspirante a candidato republicano, llamó a los inmigrantes mexicanos “violadores” y “delincuentes”, canceló el restaurante. Después de una dura disputa, llegaron a un acuerdo extrajudicial.
Señalo que la celeridad de su operación humanitaria contrasta con el esfuerzo de ayuda federal, que en el mejor de los casos ha sido irregular. “Tenemos generales al lado de los presidentes, pero no vemos ningún experto en alimentos”, dice.
Los dos terminamos de comer. Sospecho que Andrés está un poco más lleno que yo. Pero el chef todavía no termina de hablar. Me dice que su organización benéfica ha entregando comida a un hotel frente a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. Las enfermeras y los médicos duermen allí para evitar el riesgo de infectar a sus familias.
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Sé que Andrés tiene comidas por distribuir y fondos por recaudar. Le hago una última pregunta. ¿Siempre se sintió socialmente consciente o eso surgió después de tener éxito como restaurantero? “De manera inconsciente, cada persona tiene conocimiento del mundo a través de la nutrición materna que les da vida”. Ricos o pobres, todos sentimos visceralmente la importancia de la comida.
Es hora de abandonar la reunión en mi ventana de Zoom. Sin pausa, José Andrés se levanta y aprieta el puño derecho. Luego golpea su pecho. “¡Te doy mi corazón!” dice. Es un gesto extrañamente conmovedor. No tengo duda de que Andrés es sincero.
srgs