Los británicos están desilusionados. Esta es la conclusión que se desprende de las últimas encuestas sobre la confianza en el gobierno y la política. Esto ya es malo de por sí, pero se corre el riesgo de que la baja confianza cree una despiadada espiral descendente en la que la desconfianza haga bajar la calidad de los políticos y reduzca su capacidad para tomar decisiones audaces, aunque esenciales. Esto socava aún más el desempeño.
De acuerdo con una encuesta de opinión de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), poco más de 39 por ciento de los británicos confiaban en su gobierno en 2021.
Sin embargo, la desconfianza en el sistema político en su conjunto es aún peor. Según la Encuesta Mundial de Valores del Reino Unido, del King’s College de Londres, solo 17 por ciento está “muy satisfecho” con su sistema político, frente a 32 por ciento que está insatisfecho. Canadá, Alemania y Australia están en mejor situación.
Un grado de insatisfacción de ese tipo debe ser corrosivo. Después de todo, ¿cuántas personas capaces dedicarán sus vidas a una carrera extenuante y mal remunerada y que se desconfìa de sus profesionales, si no es que despreciados? La democracia depende de tener políticos decentes, competentes y respetados.
Sin embargo, esta insatisfacción no es algo que sorprenda. En los últimos 16 años, Reino Unido sufrió una enorme crisis financiera, austeridad fiscal, una campaña divisiva por el referendo sobre el brexit, un caos posterior, una promesa de “lograr que se haga el brexit”, que no sucedió, una pandemia, tres primeros ministros en un parlamento, un partido gobernante difícil de controlar, una “crisis del costo de vida” y una oposición que tuvo que recuperarse del liderazgo de un fanático de izquierda.
Lo que ha hecho el país no ha funcionado. Eso es incuestionable. Entonces, es crucial que el próximo gobierno rompa estas nefastas tendencias, al poner fin al estancamiento de la productividad, al reducir la desigualdad regional, hacer la vivienda más asequible y restaurar la confianza en la política. Si observamos las intrigas frenéticas y la ausencia de cualquier pensamiento creíble en el partido gobernante actual, no será —ni debe— ser conservador.
Sin embargo, sí parece poco probable que los conservadores ganen, pueden lograr que su sucesor fracase al restringir su libertad de maniobra. Una forma de hacerlo ha sido ofrecer recortes de impuestos que dependan de una reducción del gasto postelectoral políticamente muy inverosímil.
Como señaló Nicholas Stern en Financial Times, Reino Unido necesita una mayor inversión pública y privada. Además de gastar más en defensa. Requiere que se descentralice el gasto y la tributación hacia niveles subordinados de gobierno, una simplificación y reforma de los impuestos, una reforma de pensiones, la liberalización de los controles de planeación, apoyo a la innovación y aceleración de la transición energética.
El país no necesita un Estado más pequeño, sino uno más activo y más centrado, junto con reformas sustanciales, a menudo en áreas polémicas. Lo de siempre no ha funcionado; ahora se necesita con urgencia un cambio radical.
El peligro es que el Partido Laborista sienta que no puede salirse con la suya al ofrecer nada de eso. En cambio, parece decidido a apegarse lo más posible a la política gubernamental. De hecho, esa estrategia puede aumentar sus posibilidades de ganar las elecciones, pero le privará de un mandato para realizar muchos cambios. Si mantiene su estrategia cautelosa, corre el riesgo de presidir otro periodo de estancamiento y fracaso. Si se inclina hacia el radicalismo, se le acusará de actuar sin mandato. En el peor de los casos, las poses seguirán sustituyendo a las políticas radicales, algo que va a conducir a un estancamiento prolongado y a una disminución de la confianza pública.
Este es un camino hacia el fracaso. A veces los políticos deben atreverse a ser audaces.