El mundo no está en camino de limitar el aumento de la temperatura a 1.5 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales; sin embargo, su avance hacia un cambio irreversible en el clima global no significa que el mundo no haya logrado nada. Al contrario, ha habido muchas mejoras, pero no son suficientes.
La cuestión que se abordará en la conferencia sobre el clima COP29 en Bakú este mes es cómo cambiar esta trayectoria.
“En la última década, la proporción de combustibles fósiles en la combinación energética mundial ha disminuido de 82 por ciento en 2013 a 80 por ciento en 2023”, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en su informe Perspectivas de la energía mundial 2024.
“La demanda de energía aumentó 15 por ciento durante este periodo y 40 por ciento de este crecimiento se cubrió con energía limpia”, agrega.
En resumen, la demanda de combustibles fósiles siguió aumentando y su participación en la oferta apenas disminuyó. Hemos estado corriendo rápido para quedarnos estancados. ¿Cambiará esto con la suficiente rapidez en el futuro? No.
Sí, ya superamos el punto máximo del carbón y estamos en camino de superar el punto máximo del gas y el petróleo en 2030, de acuerdo con la AIE. Pero, con las políticas actuales, en el escenario de “políticas declaradas” de la agencia, conocido como Steps, los combustibles fósiles seguirán generando más de la mitad de toda la energía en 2050.
Sería mucho mejor si los responsables de la formulación de políticas cumplieran sus compromisos, en el escenario de “compromisos anunciados”, pero, incluso en ese caso, las temperaturas globales aumentarían alrededor de 1.7 grados Celsius para finales de siglo. Para mantenerse por debajo del techo de 1.5 grados, “con una probabilidad de 50 por ciento”, se requiere un cambio más rápido, en lo que la AIE llama un escenario de “emisiones netas cero para 2050”.
Para entender la posibilidad de lograr el escenario cero neto debemos ver la interacción de tecnología, economía y política.
La tecnología logró grandes avances, en especial en el suministro de electricidad barata con energías renovables.
En julio, Adair Turner, presidente de la coalición de expertos de la Comisión de Transiciones de Energía, declaró a Financial Times: “Si nos preguntan si llegaremos a algo cercano a una economía con cero emisiones de carbono en 2060 o 2070, creo que es inevitable que así sea”.
Añadió que “la dificultad es que, a menos que avancemos más rápido, llegaremos demasiado tarde”.
Así, la combinación del ingenio humano con una fuerte inversión ha transformado nuestra capacidad de avanzar hacia una economía de energía limpia. Hay problemas de altas y bajas, pero los avances en las tecnologías de almacenamiento hacen que parezca cada vez más manejable. Además, esta nueva economía será mejor en muchos sentidos que la que tenemos hoy, sobre todo gracias a enormes reducciones de la contaminación local y una mayor independencia energética.
Ahora, reflexionemos sobre la economía. Aquí también la balanza está a favor de una acción acelerada. Un artículo del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático, concluyó que “la economía mundial está comprometida con una reducción de los ingresos de 19 por ciento” para 2050, con probabilidad de 11 a 29 por ciento, dada la incertidumbre, en relación con lo que habría sucedido sin el cambio climático (la palabra “comprometida” aquí describe el resultado de las emisiones pasadas y los escenarios futuros verosímiles).
No invertir en seguros contra este tipo de resultados sería económicamente irracional. Pero los costos iniciales de la inversión y las disrupciones son altos.
La AIE dice que la inversión en el suministro de energía limpia debe duplicarse aproximadamente entre este momento y 2035 en los países de altos ingresos y China para que el escenario de cero emisiones netas esté al alcance. Esto es mucho, pero factible. Pero, en los países en desarrollo, aparte de China, la inversión debe aumentar hasta siete veces los niveles actuales, lo que es mucho menos factible.
El gran obstáculo para un aumento de esa magnitud en las inversiones en estos últimos es el costo del financiamiento. Muchos países emergentes y en desarrollo necesitan desesperadamente energía limpia, barata y confiable. Sin embargo, muchos de sus gobiernos ya están agobiados por las deudas, y el costo de financiamiento de esos proyectos en esos países es prohibitivamente alto.
Por último, está la política. Muchas personas se resisten ideológicamente a la idea de que pueda haber una externalidad ambiental negativa tan enorme como el cambio climático, ya que violaría su fe en la economía del laissez faire. Otros tienen fuertes intereses en la economía de los combustibles fósiles, o no quieren cambiar sus formas de vida establecidas.
Más allá de todo esto, el cambio climático es un problema de acción colectiva global. Ningún país puede resolverlo por su cuenta. No sólo se necesita cooperación, sino también la voluntad de quienes tienen los recursos (que también suelen ser los responsables de la mayor parte de las emisiones del pasado) de financiar y subsidiar la inversión en el resto del mundo.
En resumen, a pesar de los muchos beneficios de hacer una transición energética acelerada, la combinación de “la tragedia de los comunes” con lo que el exgobernador del Banco de Inglaterra Mark Carney llama “la tragedia del horizonte” -la incapacidad humana de actuar con anticipación a los peligros lejanos- está impidiendo la acción. La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos hará que esto sea mucho más difícil.
A pesar de todos los avances tecnológicos, parece poco probable que logremos a tiempo avances suficientes en materia climática. Si así sucede, será un fracaso trágico e innecesario.