Libertad de expresión versión Musk, riesgo para democracias

Opinión. La ambición declarada del magnate al comprar Twitter es crear una “plaza pública común digital”, pero ahí también hay maleantes, delincuentes y propagandistas que amenazan el bienestar de todos

El hombre más rico tiene en vilo a las redes sociales. REUTERS
John Thornhill
Londres /

Actualmente parece casi pintoresco, pero en 1985 el crítico cultural estadunidense Neil Postman escribió un libro en el que advertía de que todos nos estábamos divirtiendo hasta la muerte. Los Talking hair-dos (comentaristas con sus peinados) convirtieron las noticias televisivas en entretenimiento de farándula, abaratando el discurso público. La televisión, escribió, creó una nueva “especie” de información descrita como desinformación: “información fuera de lugar, irrelevante, fragmentada o superficial” que restaba valor al conocimiento. La forma ahora excluye el contenido significativo.

Uno se estremece al pensar lo que habría hecho Postman, fallecido en 2003, con las redes sociales, que tienen formas infinitamente más creativas para divertirnos. La aparición de internet tal vez abrió posibilidades extraordinarias para profundizar en el discurso público. Pero el espíritu de nuestro tiempo quizás fue mejor capturado por un tuit de Elon Musk: “El resultado más divertido es el más probable”.

El nuevo propietario de Twitter sin duda practica lo que tuitea: Los 119 millones de seguidores de Musk están fascinados por su timeline. Intercalando lanzamientos de cohetes de SpaceX, actualizaciones del servicio de Twitter, chistes verdes y comentarios personales socarrones, Musk es el maestro del medio que ahora controla. Los usuarios activos diarios alcanzaron máximos históricos, según él, a pesar de que despidió masivamente al personal de la red social. La moderación de contenidos refleja sus caprichos personales o se ha convertido en un teatro envolvente, la decisión de restaurar la cuenta del ex presidente estadunidense Donald Trump se convirtió en una encuesta en línea donde 52 por ciento de los 15 millones de usuarios que votaron —o bots— estuvieron a favor).

La respuesta instintiva a las payasadas digitales de Musk puede ser: ¿y qué? Después de su adquisición por 44 mil millones de dólares (mdd), Twitter es ahora una compañía privada. Si el quiere arrancar las ruedas de su tren digital para divertir al público, ¿a quién le importa? Si los usuarios y los anunciantes se sienten ofendidos, son libres de salirse y buscar la iluminación en otra parte.

Pero la razón por la que las reglas y prácticas de las plataformas de redes sociales son importantes se explica de forma escalofriante en un nuevo libro de Maria Ressa, periodista filipina y ganadora conjunta del Premio Nobel de la Paz en 2021. En How To Stand Up To A Dictator, Ressa argumenta que las plataformas estadunidenses se centran excesivamente en los usuarios de las democracias occidentales ricas y en su mayoría ignoran a los del resto del mundo.

Las encuestas muestran que los filipinos pasan más tiempo en línea que cualquier otra nación, y sin embargo sus servicios están mínimamente moderados. “Filipinas es la zona cero de los terribles efectos que las redes sociales pueden tener en las instituciones de una nación, su cultura y la mente de su población”, escribe Ressa. Las redes sociales fueron acusadas de exacerbar la violencia comunitaria en varios países, como India, Birmania y Etiopía.

Ressa, una veterana periodista de CNN, fue inicialmente una de las “más fieles creyentes” en las redes sociales como medio para enriquecer el debate público. Pero vio de primera mano cómo el ex presidente Rodrigo Duterte convirtió la tecnología en un arma en Filipinas mediante el uso de campañas de desinformación coordinadas, granjas de bots y de influencers maliciosos en las redes sociales. Los políticos de la oposición fueron víctimas de despiadadas campañas de odio en línea y videos sexuales falsos.

El sitio independiente de medios Rappler, cofundado por Ressa, también fue blanco de la muchedumbre digital de Duterte. En un momento dado, Ressa recibía 90 mensajes de odio por hora en su página de Facebook. Aunque documentó este acoso, sus quejas cayeron en oídos sordos porque la ira se había convertido en la “moneda contagiosa de la máquina de utilidades de Facebook”, como dice ella. “La violencia hizo rico a Facebook”.

Al menos Facebook, que desde entonces cambió su nombre a Meta, reconoce ahora los problemas que pueden causar sus plataformas, aunque sus críticos, como Ressa, digan que sigue sin encontrar soluciones eficaces. Su último informe sobre los contenidos más vistos muestra que las publicaciones más populares son más bien ramplonas en lugar de tóxicas, lo que puede contar como algún tipo de progreso. La compañía también creó un Consejo de Supervisión formado por expertos externos para examinar sus prácticas de contenido.

En los últimos años la confianza en las compañías de redes sociales recibió “una absoluta paliza”, reconoció Dex Hunter-Torricke, jefe de comunicaciones del Consejo de Supervisión de Meta, en el festival Sky News Big Ideas. Nos ayudaría a restablecer la confianza que los usuarios se preguntaran si Musk tomó las decisiones basándose en sus preferencias personales y no en las políticas de moderación de contenidos, dijo.

La ambición declarada de Musk al comprar Twitter es crear una “plaza pública común digital”. Pero ahí también hay maleantes, delincuentes y propagandistas que amenazan el bien público. La máxima libertad de expresión no siempre es compatible con una democracia mínima.

Financial Times Limited. Declaimer 2021


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