Keir Starmer consiguió una enorme mayoría parlamentaria con un apoyo sorprendentemente escaso. Los laboristas solo obtuvieron 34 por ciento de los votos. El cambio en el apoyo a los conservadores desde su gran victoria en 2019 también subraya lo voluble que puede ser el electorado.
Tal vez lo más inquietante sea que en un nuevo informe (“¿Política dañada?”) del Centro Nacional de Investigación Social, se afirma que “la confianza en los gobiernos es más baja que nunca”. Los detalles dan que pensar, pues “45 por ciento ‘casi nunca’ confiaría en que los gobiernos británicos de cualquier partido antepongan las necesidades de la nación a los intereses de su propio partido político”; “58 por ciento ‘casi nunca’ confiaría en que los políticos británicos de cualquier partido digan la verdad cuando se encuentran en una situación difícil”; y 71 por ciento cree que la economía está peor por culpa del brexit.
El desafío para el Partido Laborista no solo es gobernar bien, sino recuperar la confianza al hacerlo. Si no logra hacer ambas cosas, hay muchas posibilidades de que sea barrido la próxima vez. Cuando la confianza en la política respetable y convencional se derrumbe, una gran proporción del electorado abraza las promesas de demagogos sin escrúpulos; sin embargo, los peligros de esa forma de política quedaron de manifiesto en el destino del último gobierno.
Por tanto, restringir el comercio con el vecino más cercano y el mercado más grande de Reino Unido nunca pudo haberlo hecho más rico. Un interesante artículo reciente, “Levelling Up by Leveling Down”, llega a tres conclusiones aleccionadoras: primero, las pérdidas generales de producción del brexit son de al menos 5 puntos porcentuales del PIB; segundo, el brexit redujo la desigualdad regional, pero lo hizo “nivelando hacia abajo” a las regiones prósperas, y, tercero, el apoyo a los partidos populistas de derecha aumentó en las regiones que experimentaron pérdidas de producción relacionadas con el brexit. Por tanto, las pérdidas causadas por las mentiras populistas pueden beneficiar a los políticos que las proponen.
Sin embargo, esto no ha ayudado a los conservadores, porque no pueden jugar la carta populista tan bien como puede hacerlo Nigel Farage. También necesitan el apoyo de personas que esperan que un partido gobernante demuestre decencia, sobriedad, seriedad, confiabilidad y competencia.
Ahora viene Starmer. La gran pregunta es si podrá restaurar la confianza entregando resultados. Accedió al poder no solo por los fracasos evidentes del gobierno anterior, sino también por el mal desempeño de la economía desde la crisis financiera de 2007-2009, a lo que siguieron las pérdidas causadas por el brexit, la pandemia y la “crisis del costo de vida”. Los conservadores no tuvieron respuesta para lo primero y fueron brutalmente golpeados por los tres últimos.
El desafío de Starmer, y el de su canciller Rachel Reeves, es muy sencillo: prometió mejorar las cosas y cambiar muy poco. Esta cautela fue excesiva y ahora hará que sea mucho más difícil gobernar.
Un problema causado por tal precaución surge del imperativo de mejorar los servicios públicos, sobre todo el Servicio Nacional de Salud y el gobierno local. ¿Cómo será esto posible en una economía inactiva sin endeudarse más o recaudar más que una cantidad trivial en impuestos adicionales?
Sí, el Partido Laborista puede tener suerte. Tal vez el superar todas las crisis recientes y la aparición de un gobierno estable sean suficientes para reactivar el crecimiento. Pero ¿y si no es así?
Mi colega, Robert Shrimsley, argumenta que ésta puede ser la última oportunidad para el “centrismo” en Reino Unido. Además, puede ser la última oportunidad para cualquier gobierno que intente ofrecer resultados, en lugar de limitarse a canalizar la ira.
Como sostiene el ex economista jefe del Banco de Inglaterra, Andy Haldane, van a tener que tomar algunas medidas audaces. Insisto en acercarse mucho más a la Unión Europea, liberalizar radicalmente la planeación, relajar las regulaciones, apoyar la innovación, descentralizar el poder, reformar la fiscalidad, fortalecer el sistema de pensiones, racionalizar la inmigración y mejorar la eficiencia de los servicios públicos. También tendrán que aumentar los impuestos, por ejemplo, reformando las tasas sobre la tierra y reemplazando los gravámenes sobre el combustible por uno sobre las emisiones de gases de efecto invernadero.
La dificultad estriba en que nada será fácil y algunas partes ya fueron descartadas, pero romper las promesas empeorará la falta de confianza que heredaron. Esta es la trampa que crearon los fracasos del pasado y las promesas laboristas. Es de gran importancia que Starmer encuentre una salida.