El lugar donde los candidatos pasan las últimas semanas de una campaña presidencial dice mucho sobre la naturaleza de la carrera y cómo se puede ganar o perder. La vicepresidenta Kamala Harris dedica el tiempo que queda de para cortejar a las mujeres, que pueden ser las votantes clave de 2024, de la misma manera que lo fueron los hombres blancos con un menor nivel de educación en 2016.
Harris hace un llamado a las mujeres votantes de ambos partidos a las que pretende llegar. Por ejemplo, la semana pasada celebró una serie de conversaciones moderadas con la ex representante republicana de Wyoming Liz Cheney, con el objetivo de hacer un llamado a las electoras suburbanas en los estados clave de Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Los moderadores fueron otros dos conservadores, un político y un experto.
La idea era recordar a las mujeres —sin importar su afiliación política— que pueden y deben votar con su conciencia en una elección que enfrenta a un candidato pro-vida, que fue hallado culpable de agresión sexual, contra una ex fiscal que hizo una carrera defendiendo los derechos de las mujeres.
Como dijo Cheney, quien ha calificado al ex presidente Donald Trump de peligroso y poco confiable: “Si están un poco preocupadas, pueden votar… y no tener que decir una palabra a nadie (sobre su elección)… habrá millones de republicanos que harán eso el 5 de noviembre, (votando) por la vicepresidenta Harris”.
Es un esfuerzo que habla de cómo la política se ha vuelto de género no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. En países como Reino Unido, Alemania, Polonia, Corea del Sur y otros, se abrió una brecha ideológica entre hombres y mujeres jóvenes, con los votantes masculinos desplazándose hacia la derecha política y las votantes hacia la izquierda. En EU, los datos de la encuesta Gallup muestran que, luego de décadas en las que los sexos estaban distribuidos de forma más o menos igual en el espectro político, las mujeres de entre 18 y 30 años son ahora 30 puntos porcentuales más liberales que sus contemporáneos masculinos.
En EU, esto se hizo evidente en 2016, cuando hubo una mayoría silenciosa de hombres blancos enojados en lugares como el corazón industrial del Medio Oeste que abandonaron su afiliación tradicional con el Partido Demócrata y votaron a favor de Trump para llevarlo al poder. En esta ocasión, son las mujeres las que están enojadas, no tanto por la desaparición de los empleos en las fábricas como por las amenazas al derecho al aborto y los riesgos económicos que plantea Trump. Y si las encuestas y los estrategas políticos tienen razón, es posible que se presenten en masa para apoyar a Harris.
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Analicemos una encuesta de NBC a mediados de octubre que, como muchas otras, puso la carrera general en un empate técnico entre Harris y Trump, ambos con 48 por ciento del voto potencial. Si bien Trump tiene su ventaja habitual entre los blancos de las zonas rurales, y Harris tiene mejores resultados en las encuestas entre los votantes negros y los jóvenes, la gran división está en el género. Harris lidera entre las mujeres votantes con un margen de 14 puntos. Y dado que las elecciones reñidas suelen ser una cuestión de quién puede conseguir que la gente acuda a las urnas, Harris ha redoblado sus esfuerzos en favor de las mujeres.
En las últimas semanas, alentó a los partidarios de Taylor Swift en TikTok, habló de su plan de atención médica domiciliaria en The View (un popular programa de televisión diurno cuya audiencia se comprende casi exclusivamente de mujeres) y hizo hincapié en el acceso al derecho al aborto, que ha sido un mensaje ganador para ella desde el comienzo de su campaña. De hecho, uno de los momentos del debate presidencial entre los dos candidatos con mayor impacto fue cuando Harris describió con sincera pasión lo inconcebible que es para las mujeres que trabajan uno o dos empleos tener que subirse a un autobús para ir a otro estado a abortar.
A diferencia de Hillary Clinton, que polarizó a muchas votantes cuando se presentó a la presidencia como candidata demócrata en 2016 (su comentario sobre no quedarse en casa para hornear galletas desanimó a muchas madres que se quedan en casa), Harris atrae el apoyo de las mujeres votantes de todos los subgrupos. Incluso muchas blancas de clase trabajadora cuyos maridos probablemente voten por Trump la favorecen, tal vez porque les habla de cuestiones cotidianas como la crisis del costo de la vida. Su plan para ampliar el crédito fiscal por hijo en particular fue un éxito.
Incluso si Donald Trump no fuera un candidato tan polarizador, dirigirse a las votantes indecisas es una estrategia política inteligente. Las mujeres están registradas para votar en Estados Unidos en tasas más altas que los hombres. Es más, en todas las elecciones presidenciales desde 1980, la proporción de adultas elegibles que han votado ha superado la proporción de adultos elegibles que lo han hecho.
Pero si bien ya se llama a 2024 la elección “de género”, la clase todavía puede desempeñar un papel importante en cómo votan las mujeres. No hay muchas dudas de que las mujeres con educación universitaria, tanto blancas como, en particular, las de color, apoyarán a Harris. Las blancas de clase trabajadora, en particular las que son católicas o evangélicas, son más difíciles de convencer, como lo demuestra el hecho de que la carrera está muy pareja en zonas del Medio Oeste rural y el sur.
De hecho, según el rastreador de brecha de género del Washington Monthly, la vicepresidenta perdió un poco de su ventaja entre las mujeres en la penúltima semana de la carrera, incluso cuando Trump amplió su margen con los hombres. Eso significa que la ventaja de género actual de Harris se parece más a la de Hillary Clinton en la carrera contra Trump que a los márgenes de los que disfrutaron Joe Biden o Barack Obama durante sus victorias.
La política de la identidad está a punto de ser puesta a una ardua prueba.