Hay muchas, muchas cosas que decir sobre por qué Donald Trump será presidente una vez más y lo que eso nos dice sobre Estados Unidos (para mi primer intento de hacerlo, vean mi columna del lunes). Uno de los pocos aspectos positivos de su segundo mandato es que, sin duda, provocará otros cuatro años de gran periodismo, y tal vez incluso tasas de suscripción más altas para los periódicos, como sucedió la primera vez.
Pero en este artículo, no quiero abordar el “significado de Trump”, sino la pregunta crucial de por qué perdió Kamala Harris. Me resulta difícil escribir esto porque, para mí, coincide demasiado trágicamente con 2016 en el sentido de que las semillas de la derrota demócrata fueron evidentes en el primer debate presidencial de ese ciclo electoral.
Recuerdo haber visto a Hillary Clinton enfrentarse a Trump desde el departamento del Upper West Side de algunos amigos progresistas, donde todos los presentes, como era previsible, pensaron que ella estaba ganando. Yo, por el otro lado, empecé a sentir una vaga sensación de nerviosismo cuando surgió el tema del Tlcan. Era el tipo de sensación que se tiene cuando estás en el trabajo o en una cena y alguien dice algo extrañamente provocador y sientes un pequeño escalofrío en el estómago o una punzada en la espalda. Sabes que lo que surgió es una señal de un problema más profundo.
En el debate, Trump criticó a Clinton por los acuerdos comerciales que su esposo respaldó, y ella, como respuesta, no tuvo mucho que decir. La verdad la tomó desprevenida y la sorprendió, de que los Clinton eran parte del ala del Partido Demócrata que tomó la decisión de que no valía la pena proteger los empleos fabriles sin haber tenido ningún tipo de debate nacional claro al respecto. (Este tipo de ju-jitsu es, por supuesto, una de las raras y diabólicas habilidades de Trump: encontrar la pepita de oro del engaño o el subterfugio o la ceguera deliberada o el autoengaño por parte de su oponente y sacar provecho de eso. Supongo que su habilidad en las artes oscuras del engaño debe ayudar con eso).
Esto decía algo sobre la postura de Clinton en materia de política comercial, pero también decía algo mucho más importante sobre su falta de comprensión de la enorme brecha que se había abierto entre la experiencia que sintieron los trabajadores en EU y la opinión de los progresistas sobre la política económica.
Por eso me sorprendió un poco que Harris, en los primeros minutos de su único debate con Trump, no cometiera un error forzado, sino un autogol en torno al mismo tema. Sin que lo provocara su oponente, planteó la cuestión de los aranceles como un “impuesto Trump”. Utilizó esto como una forma de entrar en el argumento clave de los demócratas de que Trump sería un desastre para la economía porque su plan arancelario de base generalizada avivaría la inflación, que, por supuesto, ya era la principal preocupación económica de la mayoría de los estadunidenses.
Dejemos de lado el error estratégico de Harris de introducir ella misma la cuestión de la inflación. Enfoquemos la atención en cómo habrán escuchado ese comentario los votantes de Pensilvania y Wisconsin. No se enfocaron en la palabra inflación, sino en arancel. Y al criticarlos de esa manera, de inmediato se interpretó que Harris provenía del campo económico neoliberal habitual que traicionó a los trabajadores del sector de fabricación (y de muchos servicios) en las últimas dos décadas.
¿Qué debió hacer? Seré contraria y me ceñiré a lo que dije desde el principio, que es que debió poner menos, no más, espacio entre ella y Joe Biden en términos de estrategias económicas. No quiero decir que debió usar la palabra Bidenomía, que a muchos progresistas (como yo) nunca les gustó como una forma de describir un cambio de economía política que es mucho más grande que un presidente.
En vez de eso, debió aparecer de inmediato en los lugares que Joe Biden recuperó y le ganó a Trump en 2020, y haber dejado claro que estaba con los trabajadores. Que los respaldaba. Que usaría todas las herramientas a su alcance —incluidos los aranceles cuando y donde fuera adecuado— para proteger los empleos.
Harris debió buscar una comprensión sistémica mucho más profunda de este momento en nuestra economía política y dejar en claro que no solo EU continuaría reconstruyéndose mejor, sino que su administración aplicaría impuestos a los activos y a la clase propietaria de activos; que utilizarían los ingresos para amortiguar el dolor temporal de la inflación de la era de la pandemia que aún soportan los trabajadores. Esta habría sido la forma de transmitir un mensaje de un compromiso político más amplio para seguir alejando a la economía estadunidense de su dependencia excesiva de la inflación de activos, deuda y consumo, y hacia una mejor combinación de crecimiento impulsado por ingresos, producción y resiliencia.
No hizo nada de eso. Mantengo mis tres columnas sobre Harris y su campaña, que plantearon las preocupaciones de que se alinearía con los titanes de las criptomonedas, los multimillonarios de Silicon Valley, y pasaría por alto —como todos los demócratas en los últimos años, excepto Biden— el sentimiento de estar vendido que dictaría cómo los estados clave emitirían sus votos. Si me engañas una vez, la culpa es tuya. Si me engañas dos veces... bueno, ya sabes.
Para más información sobre este tema y sobre mis opiniones y las del jefe de la oficina de Financial Times en Washington, James Politi, respecto a la contienda y lo que sucedió, escuchen el pódcast Swamp Notes de esta semana.
Peter, no hay necesidad de rebatirlo, sé que no estarás de acuerdo. Así que mi pregunta para ti es: ¿cuál crees que es la razón principal por la que Kamala perdió?
Para leer y escuchar
-El pódcast de Susan Glasser y sus colegas sobre el club oligárquico de Trump en The New Yorker del 19 de octubre fue profético y sigue siendo muy relevante para entender dónde estamos.
-Un análisis de Alphaville, en Financial Times, sobre el Trump Whale y cómo puso patas arriba la sabiduría de las encuestas políticas con una ganancia de 50 millones de dólares fue fascinante.
-¿La lectura puede hacerte más feliz? ¡Sí! En The New Yorker.
Peter Spiegel responde
Rana, estoy de acuerdo en que la dinámica principal en la elección fue económica, pero tengo un ángulo diferente sobre si había algo que Harris pudo hacer para cambiar de manera mensurable el resultado final. El análisis más convincente que he leído es de John Burn-Murdoch, quien señaló que los demócratas liderados por Harris son solo los últimos en una ola contra las personas en el cargo que se ha apoderado de las democracias liberales de todo el mundo.
Le dio seguimiento a las elecciones en 10 países en 2024 y señaló que en todos ellos se expulsó a los partidos en el poder o vieron una disminución en la participación de votos. “Esta es la primera vez que ocurre esto en casi 120 años en registro”, escribió John.
La lista de perdedores —de participación de votos— es larga y va en aumento. Rishi Sunak y sus conservadores de centroderecha en Gran Bretaña; Emmanuel Macron y su centrista Ensemble en Francia; Narendra Modi y su nacionalista BJP en India; Los liberales demócratas, que llevan mucho tiempo en Japón. Sospecho que pronto añadiremos a esa lista a Olaf Scholz y sus socialdemócratas de centroizquierda en Alemania.
Creo que todos subestimamos la dislocación económica que trajo consigo la pandemia, que no hizo más que exacerbar un sentimiento de inseguridad financiera que se estaba acumulando en la mayoría de las democracias liberales después de la crisis financiera mundial de 2007-2008. En los últimos días, el trabajo de John ha sido citado repetidamente por colegas editores de organizaciones de noticias rivales e incluso por el presentador de un pódcast en el que participé la semana pasada.
No estoy tan seguro como tú, Rana, de que haya habido un cambio fundamental en la perspectiva ideológica o política del público estadunidense, que haya hecho que la intervención económica estatista sea más popular políticamente. Simplemente creo que el votante estadunidense está enojado. En 2016, en 2020, y ahora en 2024, expulsaron al partido gobernante. La última vez que los partidos cambiaron de manos en la Casa Blanca tres veces en tres elecciones fue en el siglo XIX.
Eso no es un argumento para la complacencia. Uno de los aspectos más preocupantes del diálogo político en Occidente desde la crisis financiera de 2007 es el fracaso del centro a la hora de elaborar un mensaje económico convincente que pueda contrarrestar tanto a la derecha nacionalista como a la izquierda anticapitalista. Quien sea capaz de elaborar esa plataforma política puede tener una carrera política muy exitosa por delante.
Sus comentarios
Y ahora unas palabras de nuestros lectores de Swamp Notes… En respuesta a: “El cálculo alegre de Chuck Schumer de que por cada voto obrero que los demócratas perdieran ganarían dos en los suburbios resultó ser ilusorio. Por desgracia, los demócratas no solo perdieron a la clase trabajadora, sino que los habitantes de los suburbios no se presentaron”. -Trevor Rowe
“Creo que las tácticas robustas, intransigentes y agresivas de la izquierda progresista fueron su punto ciego y un factor que impulsó a Trump al poder. Sus corazones y mentes estaban en el lugar correcto, pero su estrategia no era la adecuada para transmitir sus ideas. Fue un gran regalo para ayudar a Trump a obtener una mayoría tan grande. A menos que haya una mayor percepción de este punto ciego, siento que, irónicamente, las mismas minorías que están tratando de representar se convertirán cada vez más en votantes republicanos y, bastante absurdamente, votarán por un presidente que no tiene en consideración sus intereses”. — Donald Tenant, comentarista de Financial Times.