Los problemas del costo y el credencialismo en el sistema universitario de cuatro años de Estados Unidos es algo que he explorado en varias ocasiones (tener que pagar toda la carga de dos hijos enfocará la mente en el tema). Pero regreso a eso, ya que vuelve a ser oportuno dado el discurso que la secretaria de Comercio, Gina Raimondo, pronunció el jueves pasado sobre la Ley de Chips, algo sobre lo que escribí en mi columna.
La secretaria señaló que el país está a punto de recibir una inyección multimillonaria de dinero para la creación de una industria de fabricación de semiconductores, y que 60 por ciento de los puestos de trabajo en una fábrica no requieren un título universitario. Y lo que es más, dejó claro que cualquier compañía que quiera una tajada de los 39 mil millones de dólares que el gobierno repartirá en subsidios a la fabricación va a tener que trabajar con programas educativos de todo tipo —desde escuelas preparatorias a talleres de capacitación de los sindicatos, pasando por institutos de formación superior y universidades— para asegurarse de que los chicos estén preparados para el trabajo desde el primer día. Y no solo para suministrar mano de obra a la industria de los chips, sino a todas las que recibirán el estímulo fiscal de la administración Biden. Si se mantienen las tendencias actuales, nos faltarán millones de personas que se necesitan para reconstruir los bienes comunes industriales en la próxima década.
La opinión de la secretaria Raimondo es que no solo se trata de producir más ingenieros o técnicos (aunque necesitamos más de ambos). Se trata de replantear la educación estadunidense en su conjunto. En una entrevista que me concedió la semana pasada, dejó en claro que los trabajadores sin calificaciones valoradas pueden provenir de cualquier lugar, desde las preparatorias hasta los programas de doctorado. “Tenemos ingenieros y científicos que no están preparados para trabajar. Hay que actualizar los planes de estudios. Los alumnos tienen que trabajar con la tecnología más avanzada y recibir una capacitación para habilidades con propósitos prácticos, no solo en institutos de formación superior y las preparatorias, también en las universidades de primera categoría”.
Estoy totalmente de acuerdo. En este momento estoy en el proceso de buscar universidades para mi hijo más chico y me sorprende lo que las universidades cobran, enseñan y presentan como educación superior. Con demasiada frecuencia se trata de instalaciones lujosas, atención de salud mental y actividades extracurriculares, incluso en las escuelas de primer nivel. Los programas municipales y estatales de bajo costo son estupendos, pero están abarrotados y cada vez con más competencia, porque las estructuras de precios de las escuelas privadas de cuatro años son insostenibles. La última vez que escribí sobre este tema, en 2020, el estudiante estadunidense promedio se graduaba con una deuda de 30 mil dólares. Ahora, la cifra para estudiantes para una carrera de cuatro años en Estados Unidos es de 37 mil 574 dólares. Eso es una tasa de inflación de 25 por ciento en dos años. La verdad, es un escándalo del que debe ocupar la Oficina de Protección Financiera del Consumidor (CFPB, por su sigla en inglés).
La buena noticia es que las compañías y las instituciones se están replanteando quién necesita un título universitario. Muchísimos grupos líderes, desde JP Morgan a Google, están publicando ofertas de empleo que de manera explícita no exigen un título de licenciatura y en su lugar ofrecen sus propios cursos de capacitación.
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Como escribí en mi columna, los programas sindicales que permiten a la gente ganar dinero mientras se aprende en sectores en auge como la construcción están saturados, a menudo con licenciados universitarios descontentos que se dan cuenta de que será mucho más fácil ganar un sueldo de seis cifras como electricista que con una gerencia media o como profesor adjunto (tengo planes de que mi propio hijo estudie uno de estos programas, junto con la búsqueda universitaria más tradicional). En enero, el gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, eliminó el requisito de poseer un título universitario de cuatro años para la mayoría de los puestos de la administración estatal, abriendo 65 mil plazas a cualquiera con “la experiencia laboral y la capacitación profesional pertinentes”. Incluso Financial Times puso en marcha un programa de aprendizaje abierto a personas que no tengan un título.
Ya era hora. Como ya he escrito en otras ocasiones, creo que los programas universitarios de seis en cuatro años deben ser la nueva preparatoria, lo que le puede dar a 62 por ciento de los estadunidenses de 25 años o más sin título universitario la formación y las habilidades suficientes para incorporarse al mercado laboral de inmediato. Más allá de eso, me encantaría ver una investigación de la CFPB sobre la razón precisa de por qué se produjo una inflación tan desproporcionada en la educación superior (la respuesta parece ser una mezcla de recortes presupuestarios del sector público, el aumento de los costos administrativos entre las instituciones que buscan conservar sus posiciones económicas, así como la deuda contraída para proporcionar instalaciones de lujo a los hijos de los ricos de todo el mundo, pero esto debe cuantificarse y publicarse mejor).
Me duele que la educación, algo que en Estados Unidos servía para elevar a la gente, se haya convertido en una carga aplastante para tantos. El desajuste entre lo que se enseña y lo que se necesita en el mercado laboral tal vez tenga un mejor ejemplo en el hecho de que las áreas de mayor crecimiento de enorme carga de deuda (es decir, 90 mil dólares o más) se encuentran en áreas como los doctorados en humanidades.
Ed, tengo curiosidad por saber cómo te planteas la educación superior para tu propio hijo, y si tienes alguna idea propia sobre cómo reformar el sistema en Estados Unidos.
Lecturas recomendadas
—La semana pasada, Financial Times publicó una serie de artículos magníficos, entre los que destaca un inquietante texto de Big Read sobre la crisis del fentanilo en Estados Unidos, escrito por mis colegas Jamie Smyth y Oliver Roeder.
—Para algo más ligero, lean la historia de Joshua Oliver sobre cómo la crisis de las criptomonedas derrumbó un estudio de yoga en Nueva York. Es bastante revelador sobre cómo los jóvenes hipsters se dejaron llevar por la moda de las monedas “estables”, y lo que la crisis de estos activos digitales hará a lugares como Nueva York, y yo añadiría Miami, donde hay tanta gente que pensó que se haría rica y así se mantendría haciendo operaciones con estas cosas.
—Pobre Satya Nadella: todo el mundo piensa que el chatbot de inteligencia artificial ChatGPT de Microsoft va a hacer que el mundo vuele en mil pedazos, y ahora recibe quejas de los críticos que creen que Bing (también conocido como Sydney o WokeGPT) tiene un sesgo anticonservador, como explora un artículo de Bloomberg Businessweek.
—Me entristece leer que mi serie favorita de HBO, Succession, terminará después de la cuarta temporada, pero creo que su creador, Jesse Armstrong, entrevistado por Rebecca Mead, del New Yorker, es inteligente al terminar más pronto que tarde. Me he dado cuenta de que, tras la pandemia, las series en streaming parecen seguir, y seguir, y seguir, algo así como los artículos del New York Times en internet. Demasiado es demasiado. Que tengamos una banda ancha ilimitada no significa que debamos llenarla sin rumbo fijo.
Edward Luce responde
Rana, en primer lugar, aplaudo tu queja sobre la inflación de series en streaming, que necesita de manera urgente una dosis de shrinkflation (reduflación, cuando se reduce el tamaño o cantidad de las mercancías mientras sus precios se mantienen o aumentan). Con la excepción de Breaking Bad y Los Soprano, casi todas las series de drama que han captado mi interés han durado al menos una temporada de más. Las que recuerdo más vívidamente son las que me dejaron queriendo más después de una o dos temporadas, como Wolf Hall y Big Little Lies. No siento la necesidad de profundizar en tu comentario sobre la longitud de los artículos en línea del New York Times. Sin importar cuál sea el medio o la vocación, menos suele ser más. Una de las cualidades que me enorgullecen de Financial Times es su comprensión del valor de la brevedad. Cuando algo se alarga, suele merecerlo.
Me pasa lo mismo con la educación superior de hoy en día, demasiado relleno y palabrería superflua. No me extenderé con métricas. El quid del problema es que la educación superior se rige cada vez más por el credencialismo y no por el amor al aprendizaje. Para los motivados, nuestras augustas instituciones educativas siguen ofreciendo muchas oportunidades de aprender. Pero eso no es más que un servicio en un balneario que ofrece una desconcertante variedad de tratamientos irrelevantes. Sigo teniendo ganas de leer ese libro, Excellent Sheep: The Miseducation of the American Elite and the Way to a Meaningful Life, y eventualmente lo haré, pero ya me había atrapado con Excellent Sheep. Una prueba de la vitalidad de un sistema educativo es su capacidad para formar personas que cuestionen las cosas, incluido su propio futuro. Me temo que en la actualidad es mejor producir conformistas autocomplacientes.
Sus comentarios
Y ahora unas palabras de nuestros lectores de Swamp Notes…
En respuesta: “Estoy de acuerdo con Ed y Rana, pero hay que tener en cuenta que el enorme antisemitismo de Ucrania y Polonia provocó la muerte de la inmensa mayoría de su población judía, en otro tiempo muy numerosa… así que, aunque apoyo firmemente la lucha de Polonia y Ucrania contra Vladímir Putin, me mantengo cauteloso a la hora de glorificar estos lugares”. Rick Soloway, Nueva York, Nueva York.