Es difícil no sentir pena por Keir Starmer y Rachel Reeves. A diferencia de Tony Blair y Gordon Brown en 1997, el primer ministro y la ministra de Hacienda heredan una situación malísima: servicios públicos presionados, inversión crónicamente insuficiente, una población que envejece, altas tasas de interés, gran dependencia de las entidades de crédito extranjeras, una necesidad de gastar más en defensa, un clima cada vez más desfavorable, el legado del brexit y, sobre todo, un crecimiento económico lento. Además fueron elegidos con apenas 34 por ciento de los votos de una población descontenta. Si no logran que la gente se sienta más feliz ¿qué puede suceder?
Estas dolorosas realidades se explican en el informe de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (OBR, por su sigla en inglés) sobre “riesgos fiscales y sustentabilidad” y en un informe del comité de asuntos económicos de la Cámara de los Lords. “Deuda nacional: es hora de tomar decisiones difíciles” (para efectos de transparencia: mi esposa es uno de los 14 miembros de este comité). Ambos son deprimentes.
La relación entre la deuda neta del sector público y el PIB aumentó en los últimos 20 años —como resultado de la crisis financiera mundial, del covid, las crisis de la oferta y la invasión a Ucrania— de menos de 40 por ciento a cerca de ciento por ciento. Sin embargo, los niveles de deuda de Reino Unido no son excepcionales entre el G7. En otros casos se ha producido una situación similar, aunque el nivel inicialmente fue bajo. Según los estándares históricos de largo plazo, ni siquiera se trata de una relación de deuda alta para la nación. Al final de la Segunda Guerra Mundial la deuda era de 250 por ciento del PIB. Después, la combinación de un crecimiento rápido con una alta inflación redujo la relación a poco más de 20 por ciento en la década de 1990.
Desde entonces hemos caminado en la dirección opuesta: juntas, las crisis recientes han sido casi tan costosas como una guerra mundial. Podemos esperar que no se repitan conmociones tan grandes, pero evitar nuevas crisis no será suficiente para estabilizar la deuda. Según la OBR, con las políticas establecidas para 2024, se proyecta que el gasto público aumente del 45 por ciento del PIB a más de 60 por ciento en los próximos 50 años en su escenario base. La deuda pública neta alcanzará 274 por ciento del PIB. Sería la proporción más alta de la historia. Además, esto no sería el producto de una enorme crisis nacional, sino de décadas de crecientes déficits fiscales, impulsados en gran medida por el aumento del gasto y los costos de los intereses.
Esto no es un pronóstico, porque no sucederá. Sin embargo, ¿qué puede cambiar esta trayectoria? De acuerdo con la OBR, mantener el aumento global de la temperatura por debajo de los 2 grados Celsius puede reducir el aumento del endeudamiento en 10 puntos porcentuales. Mejorar la salud de la población puede reducir el aumento del endeudamiento en 40 puntos, pero mejorar la tasa de crecimiento de la productividad en 0.1 puntos puede reducir la relación deuda/PIB en 25 puntos porcentuales. Un aumento de un punto porcentual, que permitirá alcanzar las tasas de crecimiento anteriores a la crisis financiera, puede “mantener la deuda por debajo del ciento por ciento del PIB durante los próximos 50 años”. El crecimiento, entonces, es el santo grial.
De esto se desprende que lo más importante que tiene que hacer la ministra de Hacienda es explicar cómo va a funcionar su plan para acelerar el crecimiento. Deberá tener muchos elementos, entre ellos un mayor gasto en inversión, especialmente en infraestructura, liberalizar la planeación, fomentar la innovación y crear una mayor oferta de capital de riesgo, sobre todo en apoyo de empresas innovadoras en todas las etapas de desarrollo, y abrir la economía a los innovadores del exterior. Además, todo esto tiene que suceder a pesar de la herida autoinfligida del brexit.
Lamentablemente, la eficacia de esas políticas es incierta. Los economistas no saben qué llave hay que utilizar para generar crecimiento. Además, parte de esto costará dinero. ¿De dónde va a salir, dadas la terrible perspectiva fiscal?
El comité de la Cámara de los Lords argumenta que Reino Unido necesita reglas fiscales creíbles para preservar la confianza. También sostiene que es absurdo prometer reducir la relación de deuda solo en el quinto año del pronóstico, como ahora. En su lugar, aboga por un plan que muestre un endeudamiento cada vez menor a lo largo de cinco años. Y con razón lo califica de “difícil”. Como cuestión de “prudencia fiscal”, esto tiene sentido, pero ¿qué efectos tendrían en el país los años de austeridad, en particular si se tiene en cuenta el lamentable estado de tantos servicios públicos?
El gobierno debe combinar la reforma con un mayor gasto. Cuando haya planes de inversión de alta prioridad, debe correr el riesgo de endeudarse por tiempo limitado. También volver a examinar la cuestión del cobro de impuestos.
Como argumenta Charles Goodhart, el punto de partida, dado que se han descartado tantas cosas tontamente, es la tributación de la propiedad en general y de la tierra en particular. Esto también debería promover el desarrollo.
La necesidad es la madre de la invención. Reeves debe convertirla ahora en la madre del sentido común en materia fiscal.