Con la escasez de los suministros de gas natural y los impactos perjudiciales de la crisis climática que toman turnos para dominar los titulares es inexplicable que se le permita a enormes volúmenes de gas natural —dos y media veces la cantidad que Reino Unido consume al año— filtrarse a la atmósfera cada año durante las operaciones de combustibles fósiles en todo el mundo. Una cantidad casi tan grande como la que innecesariamente se quema en las llamaradas.
Estas emisiones en su mayoría son metano, un potente gas de efecto invernadero que contribuye a alrededor de 30 por ciento del aumento de las temperaturas a escala mundial desde la Revolución industrial. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático destacó que las emisiones de metano son una oportunidad clave para hacer frente al calentamiento global.
Las operaciones de combustibles fósiles en todo el mundo, desde la perforación para gas y petróleo hasta los ductos y las minas de carbón, emitieron cerca de 120 millones de toneladas de metano en 2020, casi un tercio de todas esas emisiones a partir de actividad humana. Esa es la razón por la que los gobiernos que buscan intensificar las acciones en la Conferencia sobre el Cambio Climático COP26 en Glasgow necesitan hacer que la reducción de las emisiones de metano sean una parte central de sus planes, junto con la descarbonización. La industria de la energía tiene los medios para detener rápidamente una enorme cantidad de estas emisiones, lo que puede marcar una enorme diferencia en la velocidad a la que se calienta nuestra atmósfera. Los responsables de la formulación de políticas tienen que ejercer más presión para que las compañías de combustibles fósiles mejoren su conducta.
Las emisiones de metano a menudo se pueden evitar. La mayoría es resultado de una combinación de incentivos empresariales mal alineados, la falta de información y operaciones mal dirigidas en las compañías que producen combustibles fósiles. Más de 70 por ciento de esas emisiones que provienen de las operaciones de gas y petróleo técnicamente son posibles de evitar, y alrededor de 45 por ciento se pueden evitar sin un costo neto, una proporción que será mucho más alta con los elevados precios del gas.
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La reciente hoja de ruta Net Zero para 2050 de la Agencia Internacional de Energía (AIE) establece que las emisiones de metano que provienen de las operaciones de combustibles fósiles deben caer alrededor de 75 por ciento entre 2020 y 2030. Cerca de un tercio de esta disminución se debe a una reducción en el consumo de combustibles fósiles, principalmente carbón. La mayor parte proviene de la rápida implementación de medidas y tecnologías de reducción de emisiones.
El nuevo análisis de la AIE muestra lo que se necesita para lograr estas reducciones. En primer lugar, los países que anunciaron compromisos ambiciosos para reducir el metano deben seguir adelante. Algunos países incluyeron el metano junto con otros gases de efecto invernadero en sus compromisos nacionales de cero neto, mientras que otros hicieron anuncios más específicos, como el reciente Compromiso Global de Metano, encabezado por la Unión Europea y Estados Unidos, que tiene como objetivo para 2030 reducir todas las emisiones de metano de la actividad humana en al menos el 30 por ciento de los niveles de 2020.
Las medidas políticas clave ya marcaron una diferencia en algunas partes del mundo, entre ellas los requisitos de detección y reparación de fugas, los estándares de tecnología y la prohibición de la quema y ventilación de gas que no sean de emergencia. Estas medidas deben adoptarse de manera más amplia y lo antes posible.
En segundo lugar, será necesario que más países se unan al esfuerzo, en especial los grandes productores. Alrededor de 40 por ciento de las emisiones de metano de los principales países productores de gas y petróleo está vinculado a suministros que, al final, se destinan a economías con fuertes compromisos de metano, como la Unión Europea y Japón. Si los gobiernos comprometidos pueden aprovechar este poder adquisitivo, podrán impulsar más reducciones en la cadena de suministro.
En tercer lugar, las compañías de combustibles fósiles deben hacer su parte. Un número cada vez mayor de ellas trabaja para fomentar políticas y regulaciones sólidas sobre el metano. Si estas empresas pueden reducir las emisiones en toda su presencia y difundir las mejores prácticas en la industria, deben poder acelerar aún más el progreso.
Por último, los gobiernos, las empresas y otras partes interesadas deben trabajar para lograr una mayor transparencia sobre las fuentes y la magnitud de las emisiones de metano, y establecer un marco común sobre la mejor forma de medirlas y reportarlas. Una mejor información ayuda a los gobiernos a regular de manera eficaz y empoderar a consumidores e inversionistas para identificar a los mejores actores en la reducción del metano. La mejora de las tecnologías de monitoreo, en particular a partir de satélites, es un avance prometedor.
Los recientes avances tecnológicos y de políticas nos dan motivos para ser optimistas de que con una acción más firme de los gobiernos podremos reducir las emisiones de metano en esta década. Esto marcará un punto de inflexión clave en la lucha más general contra el cambio climático.