¿Cuál será una estrategia de crecimiento sensata para Reino Unido? Para obtener una respuesta, olvídense de lo que Jeremy Hunt, el ministro de Hacienda, dijo en su presupuesto de la semana pasada. En su lugar, consulten “Un nuevo propósito nacional”, un informe de Tony Blair y William Hague. La gran lección es que, después de un largo periodo de desempeño decepcionante, el país necesita un enfoque más radical.
Uno de los ámbitos más importantes en los que Reino Unido carece de una estrategia sensata es en las pensiones. De forma sistemática responde a las preguntas equivocadas, con resultados desastrosos tanto para la economía como para las personas.
En su día, la pregunta era cómo los empleadores iban a proporcionar a sus empleados pensiones vinculadas al salario. La respuesta resultó en 7 mil 751 fondos de prestación definida en 2006. Después, cómo hacer que esas pensiones fueran seguras. La respuesta fue reducir la proporción de fondos abiertos a nuevos afiliados y aportaciones de 43 por ciento en 2006 a 10 por ciento en 2022 y reducir la proporción de activos invertidos en renta variable de 61 a 19 por ciento. El precio de hacer que las pensiones de fondos definidos fueran seguras fue convertirlas en financiadoras del gobierno, al tiempo que las mataba.
Entonces, cómo conseguir que la gente ahorrara por su cuenta para las pensiones. La respuesta fue la creación de fondos de aportaciones definidas en los que los particulares asumían el riesgo, las tasas de contribución eran demasiado bajas y las pensiones serían insuficientes. Mientras, los trabajadores del sector público reciben pensiones indexadas que ni siquiera parecen valorar tanto.
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El sistema británico es incoherente, fragmentado y adverso al riesgo. No es de extrañar, señalan Blair y Hague, que “las pensiones extranjeras inviertan 16 veces más en capital riesgo y privado en Reino Unido que las pensiones públicas y privadas nacionales”.
Entre el tercer trimestre de 2000 y el último de 2022, el valor del mercado de valores en Reino Unido cayó de 159 a 95 por ciento del PIB. La proporción de Estados Unidos pasó de 153 al 149 por ciento, y en Francia se mantuvo en 98 por ciento.
Los errores subyacentes son característicamente británicos: la política se hace poco a poco y se confía en exceso en la racionalidad de los mercados financieros. Una política nacional de pensiones sensata debe aportar seguridad en la vejez y una economía más dinámica. Esto es factible, pero no será posible sin un nuevo enfoque.
La respuesta está en crear un número limitado de grandes fondos colectivos de contribución definida, que serán eternos. Las contribuciones de los miembros activos, más los rendimientos más grandes de los esperados de los capitales, permitirán proporcionar pensiones predecibles. A cambio de las ventajas fiscales concedidas por el gobierno, se les exigirá que invirtieran en empresas nuevas y dinámicas. Pero las decisiones sobre dónde y cómo hacerlo corresponden a los fondos.
¿Cómo puede el país llegar de un punto al otro? Como argumenta Michael Tory, de Ondra, y repiten Blair y Hague en su informe, los moribundos regímenes de prestaciones definidas actuales deben consolidarse radicalmente y convertirse en regímenes colectivos abiertos de cotización definida. El gobierno garantizaría entonces las pensiones ya consolidadas. Las personas con inversiones en los actuales sistemas pueden transferir sus fondos a los nuevos programas. Lo ideal es que también lo hiciera el sector público. Por último, los fondos invertirán de forma que tenga sentido para un contrato multigeneracional, es decir, en prosperidad.
En muchos ámbitos, la política británica debe ser más audaz, pero también más sensata. El brexit fue audaz, pero no sensato. En materia de pensiones, Reino Unido quedó enredado en la justicia, la ineficacia y el absurdo. Llegó el momento de emprender una reforma coherente. Las políticas que no funcionan deben transformarse en otras que sí lo hagan.