Cuando pensamos en Donald Trump y la tecnología, pensamos en a) Elon Musk y b) esa poderosa imagen de la toma de protesta en la que los titanes de Silicon Valley ocuparon la primera fila. Pero también es cierto que el Departamento de Justicia y la Comisión Federal de Comercio (FTC, por su sigla en inglés) de la administración Trump continúan con el trabajo para dividir a las grandes compañías de tecnología, algo que se inició durante la administración Biden.
En los últimos días, han surgido varios titulares importantes en este sentido, incluyendo la victoria del Departamento de Justicia al demostrar el monopolio de Google en ad tech (tecnología publicitaria), el testimonio de Mark Zuckerberg en el juicio de la FTC contra Meta la semana pasada y, más recientemente, la propuesta del Departamento de Justicia para que Google se divida formalmente de Chrome.
Dicho esto, en el mundo de Trump, todo el planeta es un casino gigante y siempre existe la posibilidad de llegar a un acuerdo. Al parecer, Zuckerberg ofreció 450 millones de dólares para resolver el caso antimonopolio de Meta, pero la FTC lo rechazó. Eso debe haber sido un duro golpe, dada la cantidad de cabildeo que se ejerció.
Como informó The Wall Street Journal, Zuckerberg y sus principales asesores se han reunido varias veces con Trump, la jefa de gabinete de la Casa Blanca, Susie Wiles, y otros altos funcionarios. El jefe de la plataforma de redes sociales aparentemente confiaba bastante en que el presidente estadunidense lo apoyaría cuando ofreció a la FTC 450 millones de dólares (una fracción de los 30 mil millones que quería la agencia). Pero hasta ahora no ha habido suerte.
Eso puede significar simplemente que las últimas personas que estuvieron en la oficina de Trump antes de que el presidente decidiera no intervenir en el caso eran de la FTC y no de Meta. Sospecho que el mandatario republicano aún puede llegar a un acuerdo con Zuckerberg o Google para suavizar las medidas antimonopolio a cambio de algún favor personal o político.
Lo que me lleva a Europa. Bajo la administración de Joe Biden, sentí que Europa dejó pasar la oportunidad de ser el líder mundial en la lucha contra las grandes compañías de tecnología. Esto en parte se debió a que siempre es casi imposible mantener unidas las coaliciones nacionales en Bruselas y a que, en mi opinión, los reguladores europeos han tardado más en abandonar las definiciones técnicas de antimonopolio y avanzar hacia una reflexión más amplia y creativa sobre el poder en el mercado y cómo medirlo de nuevas maneras. Esto también es típico: la Unión Europea suele seguir las normas existentes, mientras que Estados Unidos, para bien o para mal, tiende a romperlas y modificarlas.
Pero el cálculo cambió. En una entrevista con Financial Times, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dijo que el bloque está abierto a gravar a las grandes compañías de tecnología si fracasan las negociaciones comerciales con Trump. Por un lado, se puede decir: “¿A quién le importa? Estas empresas pueden simplemente usar sus ganancias de Creso para sobornar a los burócratas y seguir adelante con sus negocios”. Pero las sanciones de las que habla la Unión Europea no son pequeñas —las multas totales pueden superar los mil millones de dólares, según The New York Times— e incluso se habla de que esto puede ser un precursor de la prohibición de servicios como el X de Elon Musk.
Mi amigo Barry Lynn, activista antimonopolio y director del Open Markets Institute (donde, para ser sincera, formo parte de la junta directiva), afirmó que el cambio de política europea en este ámbito es tan radical como la innovadora orden ejecutiva del ex presidente Joe Biden sobre competencia de julio de 2021, en el sentido de que Europa se está alejando de una idea tecnocrática y de bienestar del consumidor en la política antimonopolio y se está acercando a una que busca protegerse de la desinformación y la amenaza a la democracia que representan estas plataformas.
Von der Leyen también está haciendo algo importante al llevar la lucha a Estados Unidos, en lugar de solo esperar a ver qué despliega Donald Trump.
Así que, John, como alguien muy metido en el debate tecnológico europeo, mi primera pregunta es: ¿estás de acuerdo? ¿Son realmente tan importantes las medidas de Von der Leyen? ¿Seguirá adelante la Unión Europea si las negociaciones comerciales se estancan? Y, en segundo lugar, ¿Trump 2.0 al final sí logró convencer a Europa de que necesita sus propios campeones tecnológicos e infraestructura y, de ser así, con qué rapidez puede lograrlo?
Lecturas recomendadas
-Jen Harris, ex asesora principal en economía internacional de la Casa Blanca durante la administración de Joe Biden, tanto en el Consejo de Seguridad Nacional como en el Consejo Económico Nacional, escribió en Foreign Affairs una importante perspectiva sobre el mundo posneoliberal y hacia dónde deberíamos dirigirnos. Es una lectura imprescindible; nadie lo entiende mejor que ella.
-Ross Douthat no se anda con rodeos en un extenso ensayo de The New York Times sobre las disrupciones tecnológicas que extinguirán países, religiones, profesiones y pueblos enteros. No estoy segura de estar de acuerdo con todo, pero es una lectura provocadora.
-En Financial Times disfruté la investigación que realizó Chine McDonald sobre el fenómeno de las tradwive (esposas tradicionales). Sin embargo, algo que nunca he entendido es que, si estas mujeres son “tradicionales”, ¿por qué tantas parecen ser también emprendedoras de alto nivel?
John Thornhill responde
Visto desde este lado del charco, es difícil exagerar la magnitud y la rapidez con la que evolucionó el debate sobre la política europea desde la invasión a gran escala de Rusia a Ucrania y la reelección de Donald Trump. (La instrucción de la Comisión Europea a su personal de usar teléfonos desechables al visitar Estados Unidos pone de relieve la profunda desconfianza que existe actualmente).
Durante varios años, emprendedores e inversionistas de capital riesgo europeos han instado a los líderes de esa región del mundo a tomarse en serio la soberanía tecnológica. Y, por las razones que señalas, Rana, esas súplicas en su mayoría fracasaron; sin embargo, los políticos europeos ahora se dedican a acumular composta en este debate —si es que esa es la contrametáfora correcta— prometiendo reafirmar la independencia europea de Estados Unidos.
Esto es especialmente cierto en Alemania, donde el canciller entrante, Friedrich Merz, que antes era considerado un transatlantista de corazón, ahora suena como un neogaullista al prometer hacer “lo que sea necesario” para fortalecer la seguridad de su país. Un importante inversionista de capital riesgo alemán me comentó hace poco que la mentalidad de Berlín cambió más en las últimas tres semanas que en las tres décadas anteriores.
Sin embargo, qué significa esto en términos de políticas contundentes y una ejecución eficaz es otra cuestión. Es posible que Ursula von der Leyen se muestre firme al enfrentarse a las compañías estadunidenses de tecnología, pero no me imagino que a los titanes de Silicon Valley les estén temblando las rodillas. Hace tiempo que incorporaron multas como un costo aceptable para hacer negocios (y más barato que pagar más impuestos).
Al parecer, también incitaron a Trump a envolverse en la bandera y a criticar a los europeos si se exceden. Me intrigó el argumento que plantea Daron Acemoglu en Financial Times de que Europa debe romper ahora el monopolio publicitario de Google; sin embargo, me sorprendería (gratamente) que resultara tan radical.
También, va a tomar muchos, muchos años para que Europa reduzca su dependencia de las compañías estadunidenses de tecnología dominantes, como Google, Microsoft, Nvidia, SpaceX y Starlink. Pero al menos se está desarrollando un debate serio en Europa sobre la mejor manera de competir en el siglo XXI, y eso es sumamente bienvenido. Cabe esperar que ese debate se descontrole si el presidente Trump anexa Groenlandia y convence a los europeos de que Estados Unidos se ha convertido en una potencia hostil.