En Reino Unido, en 1965, la edad común de fallecimiento era el primer año de vida. Hoy la edad más común para morir es a los 87 años. Esta sorprendente estadística proviene de un notable libro nuevo: The Longevity Imperative, de Andrew Scott, de la London Business School. También señala que una niña recién nacida en Japón tiene 96 por ciento de posibilidades de llegar a los 60 años, mientras que las mujeres japonesas tienen una esperanza de vida de casi 88 años. Esa nación es excepcional. Pero, ahora en todas partes vivimos más: la esperanza de vida mundial es de 76 años para las mujeres y de 71 años para los hombres (claramente, el sexo débil).
Este nuevo mundo se creó por el desplome de las tasas de mortalidad juvenil. En 1841, 35 por ciento de los niños varones moría antes de cumplir 20 años en Reino Unido y 77 por ciento no llegaba a los 70 años. En 2020, estas cifras habían caído a 0.7 y 21 por ciento, respectivamente. Derrotamos en gran medida las causas de la muerte prematura, gracias a alimentos y agua más limpios, vacunas y antibióticos. Recuerdo cuando la polio era una gran amenaza. Ya desapareció casi por completo, al igual que el alguna vez gran peligro de la viruela.
Este es el mayor logro de la humanidad; sin embargo, nuestra principal reacción es preocuparnos por los costos de una sociedad que “envejece”.
¿Los adultos jóvenes y de mediana edad preferirán saber que ellos y, peor aún, sus hijos podrán morir en cualquier momento? Sabemos la respuesta a esta pregunta.
Sí, el nuevo mundo en el que vivimos crea desafíos, pero el punto crucial que señala Scott es que también crea oportunidades. Necesitamos replantear la vejez, como individuos y sociedades. No debemos arrastrar a una enorme proporción de nuestra sociedad a una “vejez” improductiva y poco saludable. Podemos y debemos hacerlo mucho mejor, tanto individual como socialmente. Este es su “imperativo”. A menos de que se produzca un desastre, habrá muchas más personas de edad mayor: en 1990, solo había 95 mil personas mayores de 100 años en el mundo. Hoy hay más de medio millón y van en aumento.
Una gran pregunta es cómo envejecerá la gente. ¿Disfrutarán de una vejez vigorosa y luego morirán repentinamente o viviremos “sin ojos, sin dientes, sin nada” durante muchos años de impotencia? Scott imagina cuatro escenarios. El primero es Struldbruggs, de Jonathan Swift, inmortal, pero envejeciendo siempre. El segundo es Dorian Gray, de Oscar Wilde, que vive joven y luego, de repente, muere viejo. El tercero es Peter Pan, que es joven por siempre. El cuarto es Wolverine, de Marvel Comics, que puede regenerarse.
Podemos estar de acuerdo en que lo primero es horrible; sin embargo, parece ser el lugar en el que estamos: si vivimos lo suficiente, tendemos a desmoronarnos poco a poco pero, tal vez, la combinación de una mejor dieta, más ejercicio y avances médicos pueda ofrecer otras posibilidades. Scott sostiene que aquí es donde ahora se deben dirigir los esfuerzos, no para tratar o controlar las dolencias de la vejez, sino para buscar prevenirlas. Esto no requiere solo avances médicos. La alta desigualdad no solo es una cuestión social y económica, sino también un peligro para la salud.
La esperanza de vida en China es ahora de 82 años para las mujeres y 76 para los hombres. Sorprendentemente, eso es muy parecido a lo que ocurre en EU. La esperanza de vida en este último es baja para un país tan rico. Esto se debe a enormes desigualdades en salud. Según Scott: “En Estados Unidos, la diferencia en la esperanza de vida entre el 1 por ciento más rico y el 1 por ciento más pobre es de quince años para los hombres y diez años para las mujeres”.
Sin embargo, necesitamos cambiar no solo cómo envejecemos, sino también cómo pensamos sobre la edad.
El mundo de Dorian Gray, aunque ideal, parece improbable. Pero un mundo con Struldbruggs o de Peter Pan sería horrible. Esto es cierto en el caso de los primeros, porque la mayoría de nosotros no deseamos terminar nuestras vidas en la decrepitud, lo que también impone una enorme carga a los miembros más jóvenes de la sociedad. También es cierto para este último, porque pocos querrán vivir junto a sus tatarabuelos. La inmortalidad no es para nosotros.
Es igual de claro que es necesario repensar a fondo un mundo en el que la mayoría probablemente vivirá hasta los 90 años, y muchos incluso más. La idea de 25 años de educación, 35 de trabajo y luego, digamos, 35 de jubilación es imposible, tanto para los individuos como para la sociedad. Sin duda es inasequible. También es probable que produzca una vejez vacía para vastas proporciones de la población.
Será necesario trabajar más tiempo. Esto también requerirá varios cambios en la carrera profesional a lo largo de la vida. En lugar de un periodo de educación, uno de trabajo y otro de jubilación, tendrá sentido que la gente mezcle los tres. La gente volverá a estudiar repetidamente, tomarán descansos, cambiarán lo que hacen. Esta es la manera de hacer que la longevidad sea asequible y, lo que es más importante, soportable.
Para que ese mundo funcione, tendremos que reorganizar la educación, el trabajo, las pensiones, los estados de bienestar y los sistemas de salud. Por ejemplo, las personas ya no irán a la universidad ni recibirán capacitación solo cuando sean jóvenes adultos, será una actividad de por vida. Una vez más, las edades de jubilación obligatorias o estándar carecerán de sentido. A la gente se le darán opciones para trabajar y no hacerlo en diversas etapas de sus vidas. El simple hecho de aumentar la edad de jubilación en todos los aspectos es ineficiente e inequitativo, ya que la esperanza de vida está distribuida de manera muy desigual. También será necesario cambiar las tasas de contribución a las pensiones. En la actualidad, son demasiado bajas. Los sistemas de salud también deben incorporar la salud pública, que será cada vez más importante a medida que la sociedad envejezca.
Nos movemos a un mundo nuevo y viejo. Este es el fruto de un gran éxito; sin embargo, también existe un peligro realista de un futuro Struldbrugg para los individuos y la sociedad. Si es así, debemos repensar nuestra visión sobre la prioridad de preservar la vida.