Al desear objetos nuevos — desde el momento en que los pensamos hasta que los tenemos en nuestro poder—, se genera en nosotros un proceso psiconeurológico complejo.
Piensa por un momento en aquello que quieres comprar este Buen Fin, seguramente estás sonriendo porque sabes que en poco tiempo lo tendrás. Probablemente, vino a tu memoria esa última vez que compraste algo, la sensación que te produjo acercarte a la persona que te atendió cuando solicitaste el artículo, escuchar las características más importantes, hacer un par de comparativos con otros productos similares (quizá más por trámite), porque la decisión ya estaba tomada, sentir el poder de decisión al saber lo que quieres.
Poderlo tocar por primera vez, oler ese aroma a nuevo, sentir las texturas y formas, saber que ese objeto ahora es totalmente tuyo, sumergirte en la satisfacción, el poder, la felicidad que genera pensar: “¡es mío!”.
Estoy casi seguro que ahora estás sonriendo, ¿a quién no le gusta sentirse con tanto poder, satisfacción y alegría? Precisamente, esos sentimientos de bienestar son los que hacen riesgoso el acto de comprar, ya que mientras más emociones y sensaciones placenteras nos inundan, se vuelve más complicado parar. Las sensaciones y emociones suceden gracias a que en nuestro cerebro se producen sustancias llamadas neurotransmisores, que inciden directamente en los circuitos neurológicos del placer, de tal manera que deseamos permanecer en esas sensaciones el mayor tiempo posible y la manera de lograrlo, para algunas personas, es seguir comprando.
Puede ser que en algún momento te haya ocurrido que después de la euforia inicial de las ofertas, con la resaca de las compras, te diste cuenta que gastaste más de lo que puedes solventar o que adquiriste objetos que ni se te ocurre para qué podrían servirte.
Este tipo de malas pasadas nos suelen ocurrir cuando nos dejamos llevar por el placer de comprar; el caso extremo es cuando caemos en la compulsión por las compras; cuando nuestra felicidad está cimentada solo en comprar.
Esto trabaja bajo el mismo principio que las adicciones a las drogas duras, ya que por habituación, cada vez se necesitará comprar más para tener el mismo efecto de bienestar descrito y, como sucede en este tipo de consumos, en momentos futuros habrá resaca y culpa por lo que se hizo, como esa película donde un personaje despierta con un tatuaje en el rostro sin saber cómo llegó ahí y se arrepiente de algo que no podrá, al menos no tan fácilmente, deshacer.
Antes que esto suceda, considera lo siguiente: realiza un listado de los objetos que desees obtener y que puedes pagar. Debes colocarlos en nivel jerárquico de deseo o necesidad; investiga previamente los precios de cada artículo e incluye algunas opciones B en caso de no encontrar el que deseas; genera un presupuesto del cual dispondrás para gastar, basándote en la capacidad de pago que tengas.
Llegado el momento, apégate a tu presupuesto, recuerda que tienes un objetivo específico y disfruta lo que adquieras, míralo, huélelo, tócalo, ahora es totalmente tuyo.
Comprar es un acto sumamente satisfactorio y se vuelve aún más placentero cuando lo hacemos de manera controlada. ¡Felices compras!