¿Cuándo fue la primera vez que pensé acerca de la ropa? Lo mejor que puedo recordar, es cuando tenía 10 años, y el atuendo que me llamó la atención fue un body rojo oscuro usado por Daredevil, el hombre sin miedo.
Puedo recordar el número de la publicación—el número 181, abril de 1982—, que convirtió a este personaje en mi cómic favorito, desbancando a mi antiguo favorito de siempre, The Uncanny X-Men. Una gran parte de lo que me atrajo a Daredevil fue ese traje.
Frank Miller dibujó al héroe de color rojo sangre como una extensión de las sombras en las que siempre saltaba o en las que siempre desaparecía. Un traje genial, si es que alguna vez lo hubo, y uno que hablaba directamente de mi estado de ánimo apocalíptico preadolescente.
Daredevil está en mi mente desde la muerte de Stan Lee este mes. Él era el hombre detrás de Marvel Comics, publicó Daredevil y casi todos los otros cómics que siempre ame.
Su brillantez como escritor y como hombre de ideas, en combinación con el genio visual de sus primeros colaboradores, Jack Kirby y Steve Ditko, transformó el entretenimiento que era para un nicho de niños a principios del siglo XX en un pilar de la cultura popular en el siglo XXI.
Cuando comencé a leer Marvel Comics, cada número costaba 60 centavos. Disney compró Marvel Entertainment hace casi una década por 4,000 millones de dólares (mdd). Un precio bajo.
La última película de Marvel, Infinity War, ganó en taquilla más de 2,000 mdd. Sus películas suelen ser técnicamente competentes y lo suficientemente divertidas, si te gustan las explosiones o Scarlett Johansson. Sin embargo, para mí la magia en gran medida se perdió. Esto no es de sorprenderse. El dinero puede tener ese efecto.
Pero vale la pena reflexionar sobre lo que cambió. Parte de esto, tiene que ver con esos trajes, que son, después de todo, el motivo visual que define a los cómics.
¿Por qué son tan importantes los trajes? Porque en su forma clásica, los cómics de superhéroes eran esa rara forma de arte dedicada a un solo tema: la lucha por la identidad del varón adolescente. Superman, Batman, Spider-Man, Hulk, tienen la misma historia que siempre refleja la tensión entre el yo adulto imaginado, rebosante de poder y belleza, y el chico torpe, poco atractivo y autocompasivo debajo del traje.
Parte del logro de Lee fue la creación de superhéroes que podrían llegar más allá de esta audiencia principal de adolescentes. Pero lo central se mantiene. El desordenado hombre en la raíz histórica de los cómics es repugnante tanto para los padres como para los snobs.
Pero los adultos no lo entienden. Hay una lección en el esquema dramático de los cómics. Mi obsesión por los cómics no me llevó a aplastar a mis enemigos ni a vestirme con una colorida ropa interior. Pero imprimió una verdad profunda. La ropa no hace al hombre. Oculta al niño, a la identidad secreta, al impostor que todos abrigamos.
Parte de la razón para vestirse de cierta manera, en lugar de otra, es apoyar el esfuerzo de imaginación que se requiere para convertirse en la persona que deseas ser. Todos nos ponemos el disfraz. La necesidad de arreglarse es un impulso infantil que presagia una realidad adulta permanente.
Los colores primarios, los patrones atrevidos, las capas y las atrevidas máscaras de los cómics sobreviven alegremente en las películas sobre Spider-Man y Thor, héroes que se identifican estrechamente con sus atuendos. Sin embargo, muchos otros personajes de Marvel tuvieron que cambiar sus trajes con algo parecido a un uniforme militar, o la armadura de un equipo SWAT.
Por ejemplo, Wolverine, el más popular de los X-Men, originalmente vestía un traje amarillo brillante, con detalles azules, rayas negras y una máscara con dos picos afilados. En la última película, no solamente perdió su nombre de superhéroe —la película se llama Logan, el nombre humano del personaje—, sino su traje. Simplemente es un hombre, interpretado por un Hugh Jackman con aspecto canoso, jeans y una chamarra de cuero, que resulta ser indestructible y que tiene garras de metal.
La eliminación gradual del traje extravagante de la pantalla probablemente refleja un esfuerzo por hacer que las películas sean más agradables para el público adulto. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que esto ocurre en un momento en el que los hombres cada vez le dan menos importancia a la forma de vestirse en general.
Los pantalones kakis, la camisa azul y el chaleco de lana que el hombre promedio se pone antes de aventurarse en el mundo adulto, no es un disfraz adecuado para un héroe. Es más parecido a un uniforme de prisión.
Mi madre se desesperaba porque semana tras semana gastaba mi domingo en cómics. Considero que fue dinero bien gastado. El mundo que creó Stan Lee sigue siendo igual de real para mí, y cuando me visto, de cierta manera, trato de ser un superhéroe.