No es novedad que la lira turca está en problemas. Nada más lejos de eso. A principios de esta semana, el sitio web Quartz publicó la narrativa de las dificultades de la moneda turca este año, escrita totalmente con titulares del Financial Times.
Parecían casi cómicamente idénticos. Desde “Turquía opta por tasas de interés estables cuando la lira alcanza mínimos históricos”, en septiembre de 2013, hasta “La lira turca alcanza un nuevo mínimo después del ajuste de política del banco central” del pasado lunes, Quartz encontró que en más de 30 ocasiones distintas les contamos a nuestros lectores que la lira alcanzó un mínimo histórico. Quizá “la lira turca alcanza un nuevo mínimo histórico (una vez más)” de octubre de 2016 lo resume mejor.
Esta semana, las dificultades de Turquía por fin enviaron señales a los mercados mundiales, por lo que llevaron a los políticos a intervenir, lo que solo empeoró la situación.
Cuando el presidente Donald Trump duplica los aranceles sobre Turquía mientras habla de que las relaciones de Estados Unidos (EU) con ese país “no son buenas en este momento”, y su homólogo Recep Tayyip Erdogan promete ganar una “guerra económica”, es obvio que la negatividad manda.
Parte del problema es global. La lira se desplomó ayer en un día histórico malo para cualquier moneda, pero el índice JPMorgan más general de las monedas de mercados emergentes, al que le dan un amplio seguimiento los mercados, cayó a un mínimo histórico por primera vez en tres años. El dólar es fuerte, lo que ejerce presión sobre las monedas emergentes.
El anuncio de la semana pasada de que la inflación subyacente de los precios al consumidor en EU, excluyendo los alimentos y el combustible, subió a 2.4% —el nivel más alto en una década— incrementó la presión. Los problemas específicos de Turquía se relacionan con la proporción relativamente alta de deuda que tiene en monedas extranjeras: alrededor de 40%, de acuerdo con el Instituto de Finanzas Internacionales.
No tiene una deuda gubernamental particularmente alta, pero los temores sobre su capacidad para pagar se dispararon en las últimas semanas.
Si creemos en el mercado de Credit Default Swaps (instrumentos de cobertura contra incumplimiento crediticio o CDS, por sus siglas en inglés) a cinco años, solo Argentina y Venezuela, están posicionados como casos perdidos a los ojos del resto del mundo, tienen un mayor riesgo de incumplimiento.
La confianza, una vez perdida, es difícil de recuperar. Los esfuerzos del banco central turco no ayudaron, tampoco las políticas del gobierno. La ayuda del Fondo Monetario Internacional podría hacer el truco, pero puede parecer humillante. Estos son malos tiempos para Turquía.
La pregunta todavía es: para los que no somos turcos, ¿esto debería afectarnos? En general, hay tres formas en las que puede darse un contagio financiero. En primer lugar está el económico. Si un país cae en recesión, compra menos cosas del resto del mundo.
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Como el PIB turco representa menos de 1% del total mundial, es poco probable que sea un problema grave, más allá de sus vecinos más cercanos.
En segundo lugar está el contagio bancario. Si un problema en un país derrumba a sus instituciones financieras, o hace que sus empresas caigan en incumplimiento con los prestamistas, ¿qué efecto tiene esto en los bancos de otros países que le prestaron a empresas y negocios turcos, o asumieron filiales de bancos turcos? Este “canal bancario” le preocupa al Banco Central Europeo, de acuerdo con lo que informó el Financial Times.
Eso provocó una ola de ventas masivas de acciones bancarias europeas, que la semana pasada cayó a su nivel más bajo desde diciembre de 2016. Hasta cierto punto, esto refleja las continuas preocupaciones sobre el sector bancario europeo, que persisten desde la crisis crediticia. Si los bancos turcos provocan un gran dolor a los bancos en Europa, eso podría llevar la crisis a otro nivel, pero eso todavía está por demostrarse.
Por último, hay un contagio a través de los mercados financieros, una enfermedad terrible que los inversionistas llegaron a conocer bien durante los años noventa.
Las pérdidas en una cartera crean la necesidad de tomar ganancias en otros lugares. Los inversionistas ansiosos retiran el dinero de los fondos, obligando a los gerentes a cristalizar las pérdidas. Las preocupaciones sobre un país hacen que muchos inversionistas cuya exposición se encuentre a través de fondos globales de “mercados emergentes” saquen su dinero y lleven a ventas en todo el mundo.
Los mercados emergentes han tenido un mal año y varias monedas cayeron bruscamente al final de la semana, algo difícil de explicar sin Turquía. Pero el mayor problema para estos mercados es China, una economía mucho más grande cuyo mercado de valores nacional cayó más que el de Turquía este año, en términos de moneda local. (A Turquía le ha ido mucho peor en términos de dólares, al tener en cuenta el deslizamiento de la lira).
La fortaleza del dólar determinará si los graves problemas de Turquía se convierten en una crisis más general.