Por: José Ignacio Lanzagorta García
Ilustración: Adrián Pérez, cortesía de Nexos
Tal vez teníamos más de un siglo que la Ciudad de México no sufriera tal amenaza biológica como las de antaño, como el cococliztli y otras que diezmaron a su población colonizada e infectada en el siglo XVI; como las que se apoderaban de los empobrecidos barrios indígenas y de los conventos en el siglo XVII, llevándose, por ejemplo a Sor Juana entre sus víctimas; como el matlalzáhuatl que nos azotaba en el siglo XVIII; como el cólera que a mediados del XIX mató a decenas miles, cambiando la política funeraria de la ciudad al fundar panteones suburbanos y cobrando entre sus infectados a la cantante alemana Henriette Sontag que entonces nos visitaba