Por: Alejandra Díaz de León y John Doering-White
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
Realizando entrevistas a profundidad con las personas migrantes, nos dimos cuenta de que, cuando alguien decía que era del campo y que había salido por pobreza, casi siempre se volvía evidente que la zona donde vivía y trabajaba había sido afectada por la crisis climática. Juan nos contó que, en su pueblo en Honduras, cada año se secaba un laguito de manera natural y predecible. Cada temporada, desde que los papás de Juan se acuerdan, la gente plantaba sandías y otras verduras en la tierra rica y todavía húmeda del lago seco. Las sandías y el resto de las verduras crecían muy bien y muy grandes y nunca tenían hambre. Hasta podían vender algunas. Pero estos últimos años la temporada seca y la de lluvias no llegaron cuando debían. Éste, como cada año, todo el pueblo plantó sandías; sin embargo, durante la temporada de secas, llovió sorpresivamente y el lago se llenó, llevándose todo. Juan nos dijo con frustración que ya no pueden planear; que tienen hambre. La inestabilidad de las estaciones, las sequías largas y las lluvias impredecibles son eventos climáticos de evolución lenta que generan inseguridad alimenticia y laboral para miles de personas que dependen del campo para vivir. Muchas de las personas que entrevistamos decidieron salir por eso.