Por: José Antonio Aguilar Rivera
Ilustración: Belén García Monroy, cortesía de Nexos
Uno de los rasgos más notables de los tiempos que corren es que el universalismo se encuentra en franca retirada. Los vínculos primordiales, que siempre han existido en la sociedad, han adquirido carta de naturalización en las democracias liberales, incluso en las más avanzadas. Se han legitimado con escasa oposición. ¿Cómo se asentó el primordialismo entre nosotros? No sólo el racial, sino también el del género. Estos apegos reclaman una solidaridad que no se basa en la ideología compartida, la clase o la posición en el mercado de trabajo, sino en hechos que escapan a nuestra voluntad. Estas adscripciones, como la raza o el género, imponen límites que normalmente la voluntad no puede trasponer.