En los inicios de la humanidad, el fuego era un misterio. Para nuestros antepasados, era una fuerza peligrosa que arrasaba todo a su paso. Sin embargo, con paciencia y aprendizaje, el Homo Erectus aprendió a controlarlo y usarlo como herramienta. Cocinar alimentos, protegerse del frío y obtener luz fueron algunos de los cambios que marcaron nuestra evolución.
Hoy, algo similar ocurre con la genética. Por años nos han enseñado que conocer nuestro AND nos predestina a la enfermedad por medio de la sugestión. Pero, ¿y si, como el fuego, el conocimiento genético pudiera convertirse en la herramienta que encienda tu salud?
Recuerdo a B.V., un paciente que se había esforzado por mejorar su salud. Había eliminado los alimentos ultraprocesados, dormía bien, meditaba y se ejercitaba. Pero, a pesar de tanto esfuerzo, los resultados no llegaban. ¿Su error? Estaba usando estrategias equivocadas para encender su chispa interna.
Cuando B.V. decidió analizar su genética, todo cambió. Descubrimos que su cuerpo no respondía bien a las grasas en la dieta debido a una variante específica del gen FTO, que predisponía a acumular grasa con mayor facilidad. Además, su cronotipo vespertino, revelado por el gen CLOCK, indicaba que su cuerpo funcionaba mejor con ejercicio a medio día, aunque él insistía en entrenar a las 5 de la mañana. Con ajustes personalizados basados en su ADN, B.V. comenzó a sentir más energía, a ver resultados y, sobre todo, a recuperar la confianza en sí mismo.
La genética no define nuestro destino, pero conocerla nos da una guía para optimizar cada elección. ¿Qué tal si en lugar de resignarte a lo que no puedes cambiar, comienzas a trabajar con lo que ya tienes? Así como el fuego transformó nuestra historia como especie, el conocimiento genético transformará tu salud.
Una de las preguntas más profundas y debatidas en la ciencia ha sido: ¿qué es más determinante para nuestra salud, nuestra genética o el ambiente en el que vivimos? Y ha sido analizada a través de estudios fascinantes, como aquellos realizados en gemelos idénticos separados al nacer, que nos muestran cómo interactúan estos dos factores.
A la mayoría nos gusta pensar que el ambiente es más determinante. Como humanos, nuestros procesos cognitivos nos llevan a querer controlar todo, y es reconfortante creer que nuestras decisiones tienen la última palabra. Sin embargo, la realidad es que nuestra genética tiene un peso significativo. Y aunque no podemos cambiarla, al conocerla y usar técnicas específicas para manejarla, podemos lograr el resultado que todos deseamos: vivir 100 años con salud.
Los exámenes de genética orientados al estilo de vida sirven para crear lo que mi socia Gaby y yo llamamos una rutina geneal. Este concepto se basa en adaptar nuestras actividades diarias al comportamiento de los genes. Desde la suplementación adecuada y el descanso necesario hasta los momentos de recarga emocional, cada recomendación se ajusta a la precisión que nuestro ADN nos brinda.
Un examen así nos da pautas claras sobre hacia dónde “tienden” nuestros genes para que, en lugar de dejarnos llevar por esa corriente, podamos nadar en dirección contraria con energía y de forma sostenida para alcanzar nuestras metas.
Así como el fuego puede mantenerse encendido indefinidamente sin crear una catástrofe si se controla su ambiente, nuestro ADN se puede mantener intacto si conocemos el entorno que lo protege de forma exacta y precisa. Por ello, si quieres vivir más y mejor, no luches contra tu biología, sino aprende a trabajar con ella.