Elvis

  • La pantalla del siglo
  • Annemarie Meier

Jalisco /

La figura y el mito de Elvis Presley son tan enormes que una película que lleva su nombre despierta todo tipo de expectativas y preguntas: ¿Qué y cómo captar y narrar el desarrollo e impacto de un joven blanco nacido en 1935 y criado en un entorno afrodescendiente del sur de EUA que presentó a los 18 años de edad su primer disco dedicado a su madre y murió en 1977 con apenas 42 años? Me había gustado la manera sobria de Jim Jarmusch de rendirle homenaje al mito Elvis Presley en Mistery Train (1989) y me preguntaba si Baz Luhrmann, conocido por su estilo extremadamente visual y contemporáneo, convencería tanto a los fans del Rey del Rock como a los cinéfilos. Recordé su original interpretación de Shakespeare en Romeo y Julieta, su original propuesta de adaptación de F. Scott Fitzgerald en El gran Gatsby y su arriesgada versión moderna del musical en Moulin Rouge. También con Elvis Baz Luhrmann rompe y trasciende límites de género como el biopic y filme de superación personal, para construir el drama de un músico que, atrapado entre dos culturas, dominado y explotado por un estafador del espectáculo circense, lucha con su voz, música e impacto en el escenario por la libertad artística.

La decisión de empezar y terminar el filme en Las Vegas, seguir la voz en off del Coronel Parker como narrador y entretejer la historia de Elvis Presley con imágenes pop de la ciudad fantasma - centro del espectáculo del mundo occidental - es significativa. Elvis, interpretado magistralmente por Austin Butler, no es el protagonista sino el objeto de nuestra mirada de espectador. También es el objeto del entusiasmo del público y la víctima de la industria del entretenimiento y la represión contra la libertad de expresión. En sus pocos momentos de rebelión y protesta, Elvis compone letras de protesta e impone el estilo de sus presentaciones, inspirado por la música, el baile y las ceremonias religiosas de los afrodescendientes que vivió en su niñez y juventud.

Luhrmann arma el relato a través de metáforas visuales, secuencias de conciertos y escenas que muestran a Elvis con su familia y su manager Parker (Tom Hanks). La ambivalente relación con el tramposo y dominante Parker aparece en un laberinto de espejos en el que Elvis se pierde y es rescatado por Parker quien le señala la puerta de salida. Salida en falso ya que lleva a Elvis a una vida marcada de dependencias: Dependencia de Parker, de los empresarios, del éxito, los lujos y los fármacos.

El filme traduce la tensión de la guerra fría, los asesinatos políticos y raciales y la represión conservadora de Estados Unidos en un relato frenético en el que Luhrmann echa mano de la paleta de efectos visuales y sonoros de los que dispone el cine: Montaje paralelo, efectos de cámara, luz y split screen que divide la pantalla en imágenes que cambian de espacios y personajes o muestran la escalada de éxitos, fracasos y dependencias. Podría parecer un exceso si no fuera por la calidad narrativa y estética con la que Luhrmann arma un relato fílmico que observa la construcción de un mito al mismo tiempo que denuncia un caso y una época de abusos y represión.

Annemarie Meier


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