La familia y el fin del mundo

  • La pantalla del siglo
  • Annemarie Meier

Ciudad de México /

Cuando salí del cine después de haber visto No es más que el fin del mundo (Juste la fin du monde) me pareció poco probable escribir una reseña de la película. La experiencia fílmica había sido tan fuerte y profunda que pensaba no poder tomar la distancia necesaria para abordar el filme a través de una reseña analítica. Al paso de los días y en comparación con otras películas de Xavier Dolan me di cuenta Juste la fin du monde sigue en la línea de sus anteriores filmes pero concentra y dramatiza los temas y la narración para crear un filme aparentemente pequeño pero sumamente potente en su efecto emocional sobre los espectadores.

De nuevo es la familia la que está en el centro del relato y conflicto. La relación entre madre e hijos y, de manera muy especial, la relación entre los hermanos que está contaminada por los recuerdos de niñez y juventud. Lo que es diferente en Juste la fin du monde es el tipo de suspenso que sostiene el drama y la manera cómo los personajes revelan sus emociones y sentimientos íntimos sin temor a los excesos y sin recato en revelar sus sentimientos más íntimos.

La película empieza en un avión. El joven escritor Louis (Gaspard Ulliel) reacciona con una sonrisa a los movimientos de un niño sentado en la fila detrás de él. El travieso chiquillo le toma confianza y de manera juguetona le tapa los ojos. La escena del avión, un espacio cerrado que obliga a compartir la intimidad con extraños, es el preámbulo de una historia que también transcurre en un espacio cerrado: Una familia compuesta por madre, dos hijos y nuera que viven debajo de un mismo techo y reciben la visita de Louis, el tercer hijo de la familia, quien regresa a su casa después de doce años de ausencia para informar a sus seres queridos que sufre de una enfermedad terminal.

Mientras Louis se acerca en taxi a la casa situada en las afueras de un pueblo observamos los preparativos para recibirlo por parte de su madre (Nathalie Baye), la hermana Suzanne (Leá Seydoux), el hermano Antoine (Vincent Cassel) y su esposa Catherine (Marion Cotillard). En la casa cunden el nerviosismo, la aceptación y la expectativa. A la llegada de Louis, sin embargo, las exclamaciones de júbilo se mezclan con los reproches por no haber aceptado que lo recogieran. De ahí en adelante la recepción del hijo y hermano ausente sigue su curso: Hay alegría por el reencuentro, comidas y pláticas en las que intercambian recuerdos y experiencias; sin embargo, también afloran las expectativas y esperanzas frustradas, los resentimientos, reproches y odios reprimidos. La historia se desarrolla a través de secuencias de conjunto y otras en las que Louis está solo con cada miembro de la familia. El recién llegado se dedica a escuchar y reaccionar a los reproches de haberlos abandonado con paciencia. En espera de poder revelar a qué se debe su visita, Louis trata de calmar la irritación generalizada de su familia que se acerca más y más “al borde de una ataque de nervios”.

Como montaña rusa el filme nos lleva de instantes de armonía y ternura a momentos de irritación, odio e histeria. Al igual que el reducido espacio del avión que nos hace percibir el entorno en planos detalle, la relación familiar está captada en imágenes en primer plano. La cámara de André Turpin capta de cerca los rostros, las miradas, los mínimos gestos de curiosidad, ternura, distanciamiento y rechazo. Las miradas se buscan y se evaden, se interpelan, retan y rechazan. La madre busca en Louis la base de entendimiento y amor que los ha unido siempre, la hermana Suzanne le reprocha el haberla abandonado y el amargado hermano le hace sentir el rechazo a su homosexualidad y su “habla bonita” de intelectual. Pero más que en las palabras el filme se concentra en lo no dicho. Amor, ternura, rechazo y odio se sienten y manifiestan pero no encuentran cómo verbalizarse.

Sería simplista catalogar los filmes de Xavier Dolan como dramas familiares con personajes disfuncionales. Es cierto que en Juste la fin du monde, Tom en el granero (Tom dans la ferme) y Mommy los personajes son algo extravagantes y lidian con su condición de diferentes. También cuenta sin duda, el contexto cultural francófono que, como sabemos, es más explícito en verbalizar los rituales y conflictos familiares. Basada en la obra de teatro de Jean-Luc Lagarce y un ramillete de grandes actores franceses, Juste la fin de monde no niega su pertenencia cultural. La canción “Home is where it Hurts”, interpretada por Camille, y el blues “Natural Blues” cantado por Moby, abren y cierran un filme universal que nos obliga a repensar el concepto de familia.

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