Desde que Ignacio Manuel Altamirano invitó a las mejores plumas del bando conservador a colaborar en la revista El Renacimiento, había prevalecido en México la sana costumbre de mantener las pugnas ideológicas a prudente distancia de la difusión cultural. Acababa de terminar entonces la guerra de Reforma, pero en vez de hacer una revista militante, Altamirano prefirió convertirla en un espacio de reconciliación, tal vez porque “los católicos de Pedro el Ermitaño”, como los llamaba López Velarde, tenían una ventaja sobre “los jacobinos de la era terciaria”: dominaban mejor algunos campos del saber, como las letras grecolatinas.
Durante la longeva dictadura del PRI, las instituciones culturales muchas veces fueron instrumentos de cooptación, pero nunca tuvieron un carácter faccioso. Y aunque el nacionalismo revolucionario reprimía ferozmente a los comunistas, ningún funcionario pretendió impedir, por ejemplo, que Frida Kahlo fuera velada con guardias de honor en el Palacio de Bellas Artes. El régimen consideraba, con razón, que la calidad de su obra estaba por encima de su fe en el padrecito Stalin. Durante el breve interregno democrático de 1997 a 2018, la política cultural de los gobiernos del PAN y el PRI fue aún más pluralista. Carlos Monsiváis era un crítico acérrimo de Vicente Fox, y sin embargo, el Conaculta le rindió un homenaje nacional cuando cumplió 70 años. Hasta los bolcheviques de línea dura tenían cabida en el amplio paraguas de las instituciones culturales de la era democrática. En 2009, por ejemplo, el gobierno de Calderón pagó los gastos de todos los escritores mexicanos invitados al Salon du Livre de París, incluyendo en nuestra delegación a Paco Ignacio Taibo II, que no le hacía ascos al mecenazgo panista.
Por desgracia, el populismo autoritario está sepultando la noble tradición incluyente de Altamirano. Luchando contra viento y marea, el periodista Javier Aranda intentaba mantenerla viva en el Canal 22, pero cometió un sacrilegio que le costó el puesto: se negó a incluir en el noticiero del canal cápsulas propagandísticas de las mañaneras, por considerarlas ajenas al mundo de la cultura. Su despido anuncia un viraje faccioso en la política cultural de la 4T. Según informó Adriana Malvido en El Universal (25/II/05), cuando Aranda protestó porque no lo dejaban cubrir las actividades de la FIL de Guadalajara, el nuevo director del 22, Alfonso Millán, quiso imponerle la nueva línea del noticiero con argumentos dignos de un sargento nazi: “Yo, cero, nada con los libros (…). A nosotros la cultura con C mayúscula no nos importa. Ya ha sido demasiado”.
Al parecer, Millán ignora que otras dependencias culturales del gobierno, como el FCE, han emprendido una cruzada nacional para fomentar el hábito de la lectura. Supongo que alguien le jalará las orejas para que difunda, cuando menos, los libros publicados por su propia secta. No cometería con ello ninguna incongruencia, porque el director del Fondo, el camarada Taibo, comparte plenamente su predilección por la cultura minúscula. Su denodado empeñó por sobajar a esa editorial raya en el sadismo. Tanto las portadas como el contenido de los libros que publica el Fondo se han abaratado a extremos patéticos. El año pasado, su catálogo de autores tocó fondo (valga la redundancia) con la publicación de El mar que me regalas, una novela del venezolano Jorge Rodríguez Gómez, brazo derecho de Nicolás Maduro y presidente de la Asamblea Nacional chavista.
Pese a dedicar la mayor parte de su tiempo a reprimir opositores, vaciar las arcas públicas de su país, y defraudar la voluntad popular expresada en las urnas, Rodríguez pergeña en sus ratos libres novelas que, al parecer, ninguna editorial celosa de su prestigio quiere publicar. ¿Merece un autor de tercera fila codearse en el catálogo del Fondo con las grandes figuras de las letras latinoamericanas? No hay mejor camino para desprestigiar a una institución benemérita que ponérsela de tapete al esbirro de un tirano. En sus mejores épocas, el Fondo de Cultura Económica difundía lo mejor de la literatura universal, pero desde 2018 se convirtió en una editorial panfletaria, donde la orientación ideológica de un autor importa mucho más que su calidad. La izquierda democrática del continente ya le volvió la espalda al régimen de Maduro, pero en Morena sigue teniendo aliados inverecundos. La simpatía de Taibo por los jerarcas de una dictadura sanguinaria, comparable a la de Augusto Pinochet, pero más aferrada al poder, confirma que los ideólogos de la 4T no sólo quieren estrechar lazos con otros gobiernos autoritarios, sino degradar al máximo las instituciones culturales. No se pierdan ustedes la reseña laudatoria de esta novelucha en Canal 22. Ya entrados en componendas, hay que hacer el favor completo.