El espejo de Venezuela

Ciudad de México /

La resistencia civil al fraude electoral en Venezuela no es una lucha ajena a la involución política de México: nos concierne directamente, porque en ella podemos ver lo que sucede cuando el órgano electoral y el Poder Judicial de un país quedan en manos de un partido hegemónico que cuenta con el apoyo del Ejército para sojuzgar al resto de la sociedad. En Venezuela está vigente desde hace tiempo el Plan C que López Obrador quiere imponernos a toda costa y esta crisis postelectoral deja en claro su objetivo: maniatar la voluntad ciudadana para impedirle librarse de malos gobiernos cuando el partido oficial pierda el respaldo mayoritario. Si se consuma este artero golpe a la democracia y a la división de poderes, los amigos mexicanos de la dictadura chavista tendrán vía libre para seguir sus pasos.  

Aunque Maduro quiso dar un madruguete, proclamándose ganador desde la noche del domingo, sin exhibir las actas del proceso (la oposición sí las ha subido a internet, demostrando con pruebas su aplastante victoria), desconocemos todavía cuál será el desenlace de esta crisis, pues la desesperación del régimen putrefacto que ha llevado a Venezuela al mayor desastre económico de su historia, provocando una diáspora de 7 millones de personas, revela que sus capos temen ser desobedecidos por las fuerzas armadas si llegan a ordenar el baño de sangre que Maduro anunció semanas antes de las elecciones. La amenaza de encarcelar a los líderes opositores y la represión de manifestantes, con un saldo de 20 muertos y más de mil detenidos, indica muy claramente que el usurpador ya empezó a cumplir su amenaza, pero el admirable coraje del pueblo venezolano podría escribir en los próximos días una gesta heroica. 

Luis M. Morales

El martes pasado, frente a un piquete de guardias nacionales que intentaba cerrarle el paso en una avenida de Caracas, la valiente líder opositora María Corina Machado los convenció de dispersarse, argumentando que no los consideraba enemigos y luchaba por mejorar sus condiciones de vida. Esta pequeña victoria deja entrever el dilema moral que deben estar atravesando ya muchos policías y soldados venezolanos. En el teatro de su conciencia se decidirá si la fuerza bruta triunfa sobre los votos. Como el joven que se enfrentó a los tanques del Ejército chino en la plaza de Tiananmen, María Corina y sus seguidores parecen decididos a jugarse la vida en una apuesta del mismo calibre. La opinión pública internacional cometería un crimen de lesa humanidad si los deja solos.

En Venezuela no se libra una batalla entre izquierda y derecha, sino entre democracia y dictadura. Desde su nacimiento, la autodenominada revolución bolivariana tuvo una filiación ideológica más cercana al fascismo que al marxismo, como bien ha señalado Enrique Krauze en Redentores: ideas y poder en América Latina, donde refiere la sentencia de muerte que Hugo Chávez dictó en sus años de gloria a “la maloliente democracia” que lo llevó a la Presidencia: “La oposición no volverá al poder, ni por las buenas ni por las malas”.  Aunque Maduro acusa de fascistas a quienes lo han derrotado en las urnas, su personalidad de fantoche vociferante lo exhibe como un burro hablando de orejas. El reconocimiento inmediato a su reelección por parte de Rusia, China, Cuba, Nicaragua y Corea del Norte confirma que las dictaduras del mundo contemporáneo forman un club de ayuda mutua donde importa muy poco la ideología de cada gobierno: todas se echan la mano en momentos de apuro, sean capitalistas o socialistas (el esquizoide régimen chino se ufana de ser las dos cosas). Las falsas dicotomías heredadas de la Guerra Fría ya no sirven de nada para explicar la realidad política internacional.

Así lo ha entendido el presidente de Chile, Gabriel Boric, el único líder de la izquierda latinoamericana que tuvo el valor civil de condenar sin ambages la trapisonda electoral cometida en Venezuela. Boric sabe que no es correcto llamar “dictaduras de izquierda” a los regímenes totalitarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela, porque la esencia de la izquierda es oponerse a cualquier tipo de dictadura, incluyendo a las que enarbolan ideales igualitarios. En la misma tesitura, el ex presidente de Argentina Alberto Fernández manifestó su desacuerdo cuando Maduro anunció un baño de sangre en caso de perder. Por mentar la soga en casa del ahorcado, el gorilato venezolano lo excluyó de un grupo de observadores invitados a supervisar los comicios. A diferencia de ambos demócratas, López Obrador avala el fraude con su silencio cómplice, atrincherado en la doctrina del no injerencismo que él mismo pisoteó al intervenir en los asuntos internos de Ecuador y Perú. Ha preferido estrechar lazos con su entrañable familia: la derecha pintada de rojo que no vacila en demoler la democracia después de utilizarla como trampolín.

  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
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