El 15 de marzo enlutó a la república de las letras la muerte del narrador y ensayista Hernán Lara Zavala, que llevaba un par de meses en el hospital, luchando contra la “putilla del rubor helado”. Catedrático de la UNAM, a finales de los 80 y principios de los 90 fue titular de la Dirección de Literatura. Lo conocí en uno de los encuentros de escritores que presidía en Cuautla José Agustín, el primer evento literario al que me invitaron, donde Hernán fungía como organizador. Cálido y generoso con los nuevos valores de las letras, había militado en el movimiento del 68 cuando era estudiante de Ingeniería y conservaba intacto el espíritu fraternal de su generación. Excelente conversador, al calor de los tragos tenía la gentileza de escuchar a los demás, una virtud rara entre los bebedores. En su don de gentes era imposible advertir ninguna fisura entre la personalidad auténtica y la social.
Chilango de nacimiento, pero con raíces yucatecas, su obra osciló entre el cosmopolitismo y el regionalismo, terrenos en los que se desenvolvía con igual soltura. Los cuentos de su primer libro, De Zitilchén, transcurren en un pueblo imaginario ubicado en el punto del mapa donde colindan Yucatán, Campeche y Quintana Roo. La agridulce recreación de la atmósfera provinciana, a medio camino entre la evocación nostálgica y el realismo crítico, y una prosa nítida, sin afectaciones, donde la precisión del lenguaje predomina sobre la voluntad de estilo, fueron los valores literarios que me llamaron la atención cuando lo reseñé hace 40 años en el suplemento Sábado de unomásuno. Enemigo de los alardes poéticos y retóricos, Lara Zavala creía que el ocultamiento del narrador es indispensable para crear una ilusión de vida. Su discreto lenguaje no es un actor protagónico sino un instrumento que deja respirar con libertad a los personajes.
En el prólogo de una antología de su obra publicada por la Universidad Veracruzana, Hernán declaró que si bien ese libro había obedecido a un impulso centrípeto, volcado hacia dentro, su segunda colección de cuentos, El mismo cielo, fue un libro centrífugo, proyectado hacia el exterior, en el que recreó las experiencias de su vida en Inglaterra, donde hizo un posgrado en la Universidad de East Anglia, y una estancia sabática en el Emmanuel College de Cambridge. Admirador entusiasta de Juan García Ponce, algunos cuentos del libro reflejan su huella, en particular “Crucifixión”, donde un grupo de colegialas perversas involucran a un mozo de limpieza paquistano en rituales eróticos sadomasoquistas. En el cuento de terror “Al filo del bosque”, el plato fuerte del libro, el tedio de la vida provinciana en un pueblito de Inglaterra orilla a la locura a una pareja de estudiantes mexicanos. Otras ficciones transcurren en Chicago y París, pero lo que confiere unidad al libro es la tentación de asomarse a la intimidad de los extraños, sea cual sea su paisaje existencial. En pocas líneas delineaba la vida interior de los personajes, una virtud que no abandonó cuando saltó del cuento a la novela.
La gran obra de madurez de Lara Zavala fue, sin duda, Península península, una novela polifónica sobre la guerra de castas en Yucatán. En ella retrató con maestría el entramado de tensiones políticas y sociales que desencadenó una revuelta feroz en una provincia donde la minoría blanca, reacia al mestizaje, quería perpetuar en pleno siglo XIX sus privilegios feudales, imponiendo a los indios condiciones de vida infrahumanas. La compleja arquitectura de este fresco histórico, en el que interactúan los cabecillas de la insurrección indígena, los oligarcas conservadores y los liberales yucatecos situados en mitad de ambos polos, que buscan evitar por un lado el derramamiento de sangre, y por el otro, convencer a las élites de ponerle fin a la esclavitud y la segregación de los indios, retrata con maestría los entretelones de un conflicto que nunca se había abordado con esa profundidad en nuestra literatura. Las divisiones en el bando de los sublevados, donde algunos cabecillas quieren exterminar a los blancos y otros se conforman con una victoria parcial, reflejan muy atinadamente la pugna entre el reformismo y el extremismo, entre el odio revanchista y la razón pragmática. Sobresale entre los personajes un inglés dipsómano inspirado en el mundo ficticio de Graham Greene.
La última vez que nos vimos, en una comida en mi casa, Hernán me contó que una productora le quería comprar los derechos audiovisuales de Península península para hacer una teleserie. Ojalá ese proyecto no se quede en el aire. Autor de cuentos memorables y de una de las mejores novelas históricas mexicanas publicadas en lo que va del siglo XXI, Lara Zavala fue un escritor de culto a quien las nuevas generaciones deberían tener en su radar.