De lo pequeño y su sentido

Ciudad de Méxioc /

O de lo imposible que sería posible. En 1973 el economista británico alemán E. F. Schumacher publicó Lo pequeño es hermoso. Un estudio de economía como si las personas importaran. Definió su propuesta como una “economía budista” no violenta que debiera cooperar con la naturaleza en lugar de explotarla, construida a una escala humana y basada en la vida correcta o camino medio predicado por el Buda, aquel que rechaza el extremo de los placeres de los sentidos y las falsas necesidades así como el extremo de la mortificación del cuerpo y la carencia de lo indispensable, un sendero existencial alejado de la autoindulgencia y al mismo tiempo de la autonegación.

Lo pequeño es hermoso contenía una crítica radical del culto al gigantismo, demencial anomalía propia de la época, ese dogma generalizado de que “Entre más grande, mejor”. Reivindicaba el trabajo bien hecho, El buen trabajo, como se llamaría su siguiente libro, a partir de la idea central de que la persona es lo que hace y el trabajo la moldea, pues puede convertirla en una mera herramienta, cosificarla en degradantes tareas (“Una fábrica moderna no se encuentra muy lejos del límite del horror”, había escrito Simone Weil años atrás, quien junto con Marx y Chaplin encontraba la más descarnada y al mismo tiempo oculta expresión del mal en el enajenante industrialismo), o llevarla a ser una persona mejor y más sensible, más satisfecha y dichosa.

Schumacher no buscaba maximizar los recursos sino emplearlos equilibradamente para maximizar la felicidad humana y “volver a tejer las sociedades y las conexiones que el neoliberalismo cortó con un par de tijeras”, como explicaría uno de sus seguidores. De ahí que pugnara por una economía de la permanencia y los límites frente a un sistema económico depredador que mide el nivel de vida por la cantidad de consumo personal y se empeña en una delirante tasa de crecimiento y rentabilidad cuyos costos ecológicos y sociales son cada vez más grandes que sus beneficios.

El necrocapitalismo, maligno resultado de las tres paradojas a las que condujo la distorsión de los ideales renacentistas (del individualismo a la masificación, del naturalismo a la mecanicidad, del humanismo a la deshumanización), un sistema suicida entre ganancias máximas e insaciables acumulaciones materialistas, cegado por su deificación del dinero y el engaño del éxito, olvidó la función ancestral de los seres humanos: ser mediadores entre el Cielo y la Tierra a la vez que custodios de la Creación. Del cuadrante analítico aristotélico —la piedra está, la planta vive, el animal siente, el hombre comprende— nada queda ya en la nihilista ideología posmoderna de estas horas, salvo las propuestas visionarias como las de Schumacher que postulan otro modelo de mundo necesario para transitar por el desastre y sobrevivir.

Sostenido en una noción contraria a la irracionalidad del capitalismo salvaje que no reconoce ningún principio limitador, Lo pequeño es hermoso asume que los sistemas naturales son autoequilibradores, autocorrectivos, interdependientes y orgánicos, y que ante ellos la tecnología representa un cuerpo extraño que va multiplicando aceleradamente los síntomas de su rechazo. Schumacher acentúa la diferencia entre dos concepciones del mundo: la cultura de la manipulación, cuyo fin es el dominio material, y la cultura de la comprensión, aquella que recibe el nombre de sabiduría y busca la iluminación o esclarecimiento de la razón y la autonomía del individuo. Fue durante la revolución científica del siglo XVII que el propósito de la ciencia dejó de ser la sabiduría para convertirse en una ignorancia organizada por especialidades, incapaz de entender todos los niveles del ser y las manifestaciones de lo real, atrapada en la destructiva manipulación de la naturaleza y el control social de las personas.

Esta perspectiva distinta, filosófica y espiritual además de económica, contiene una dimensión que Schumacher, una mente interdisciplinaria e integral, describe como un cambio interior de la conciencia de la gente para producir un cambio exterior (como es adentro es afuera, sostiene el budismo) anclado en principios morales y espirituales, y guarda similitud con el concepto de convivialidad postulado por Iván Illich en su libro Tools for Conviviality, un término de Brillat-Savarin que en una primera interpretación implica el placer de vivir junto a los otros, la buena comunicación, los intercambios amigables con los demás.

La antigua palabra ágape, aquel amor generoso e incondicional que persigue el bienestar común antes que el propio, determina esta capacidad de los individuos para interactuar de una forma creativa y autónoma con su entorno y quienes los rodean, satisfaciendo colectivamente las necesidades generales. Vivir digna y humanamente, la primera de ellas.

Los pequeños formatos fundaron el arte más viejo que se conoce, el arte de hacer seres humanos. Donde todo comenzó hoy debe iniciarse de nuevo.

  • Fernando Solana Olivares
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