Los nudos son la fijación en un estado determinado. Significan coerción, complicación, enredo. Encarnan la ambivalencia, pues a la vez que detienen y obstaculizan, representan un vínculo y se ligan a un principio. Toda red está hecha de nudos. El universo es una red. Simbolizan la unión de los seres entre sí, de la conciencia con el cosmos. Y al deshacerlos sobreviene una crisis catártica donde algo fluye, se reanuda, sigue su curso. O concluye porque cambia de condición. Toda persona es una suma de nudos. Curarse es desatarse, morir también.
Las tres parcas personifican el Fatum o destino de cada quien. Esa delgada cuerda que Cloto hila o anuda, Láquesis devana o desanuda, Átropos corta o termina. Una parábola budista compara el proceso de liberación con la desatadura de los nudos del ser, que deben solucionarse en el orden inverso a aquel en que fueron hechos. El tantra (sánscrito: entretejer, telar, trama, tejido) es conocido como “vía rápida” o “vehículo del resultado”. Enseña un método para desbaratar los nudos.
La Kato Upanishad hindú hace referencia a los nudos del corazón: “Cuando todos los nudos que encadenan al corazón se cortan en pedazos, entonces un mortal se convierte en inmortal”. Por ello la sabiduría tradicional hace del corazón una puerta a las dimensiones transpersonales, aquellas zonas selladas de la conciencia. Al desanudarse se quitan las obstrucciones y se percibe una totalidad. La Upanishad Mundaka afirma: “Cuando el nudo del corazón se afloja y todas las dudas son aisladas, entonces el trabajo del hombre está acabado, se ve lo que está arriba y abajo”. Esclarecer es la supresión de los nudos.
El hombre sintió un nudo en la garganta cuando la vio. Una fugaz epifanía. Estaba despidiéndose de una ciudad ahora ajena que antes fue suya y vagabundeaba por algunos sitios que habían marcado su vida. Como esta catedral a la que entrara para seguir a la distancia el ritual mecánico y vacío de una misa. No le importaba el acto mismo sino la poderosa estética y el tiempo centenario reunidos donde se representaba sin mucha convicción el drama cósmico cristiano, un templo imantado por tantos rezos y súplicas del dolor humano, centro de poder espiritual al lado del teocalli indígena, la otra casa de Dios, y vecino del palacio del poder secular. Caminaba por el centro y había entrado ahí: todo encuentro casual es una cita.
Una pantalla a su lado le mostró a la Virgen Desatanudos. Epifanía, revelación. Hasta ese momento su práctica era la de Alejandro ante el nudo gordiano (quien lo desanudara sería dueño del mundo, según la leyenda), y como el semidios Iskander él también prefería cortarlos. Impaciente, poco sabía de desenredarlos. Al segar el nudo Alejandro había realizado por sí mismo un desenlace, voz que contiene la acción de desatar, pero moriría sin conquistar todo lo que ambicionaba. Esta advocación mariana, en cambio, recibía de un ángel una cuerda enredada para desanudarla con manos pacientes, amorosas.
La carga simbólica de la imagen se apoderó de él. Eran sus propios nudos los que esa virgen remediaba. Los puntos de cruzamiento de la urdimbre y la trama del tejido de su vida, líneas de fuerza que definían su biografía. Algunas de ellas impedimentos, otras vinculaciones. Unas ignoradas, otras conocidas. Esos anudamientos, cuerdas que sostienen al títere y a la vez ayuda para salir del laberinto. De lo que apresa a lo que une.
Los huicholes peregrinan a Wirikuta llevando una cuerda donde cada nudo que han hecho representa alguna acción negativa. El fuego sagrado calcinará la cuerda y el anudador habrá expiado sus errores. Las culpas son nudos, actos que deben ser desatados. Escapar de una prisión exige reconocer que se está aprisionado. Como aquel esposo que en 1700 rezó para resolver su anudada relación amorosa y pidió a un pintor que pintara una madona milagrosa, María als Knotenlöserin, María Desatanudos. Plegaria, precaria, oración. Y su relación se desató.
Es ella la que ahora se le muestra a este hombre, peregrinando por su pasado y diciéndole adiós. La vida es un sistema de nudos que debe recorrerse hasta que se llegue al centro: resolución y liberación. El místico árabe afirma que el objetivo de la vida es desellar el alma, desanudar los lazos que la aprietan. Un libro tibetano lo instruye. Se llama el Libro del desanudamiento de los nudos. Hay quien habla de una red de pensamientos, de nudos que envuelve el planeta. “Nudosferio”, es el concepto.
Toda victoria psicológica exige no cortar sino desanudar. Paciencia es la divisa augusta, la única necesidad. Paciencia es la ciencia de la paz. Pacientemente entonces salió el hombre de esa catedral donde ocurriera la discreta y suficiente revelación. Compró una estampa de la imagen y el símbolo se fue con él. Encontramos lo que buscamos, y él aún a tiempo lo encontró.
El zócalo vibraba como una red interminable. Ninguno de sus nudos lo detuvo.
AQ