La no cultura de la 4T

Ciudad de México /

A lo largo de su sexenio, en una de sus zonas de sombra, fue evidente el menosprecio de López Obrador por la cultura moderna y contemporánea, que en su simplificación política entre lo propio y lo ajeno, lo bueno y lo malo, lo popular y lo elitista, el presidente consideró propia de un interés de clase, de una actitud pequeñoburguesa y conservadora.

Más que obedecer a una causa ideológica, su rechazo parecía provenir de la ignorancia, de un anti-intelectualismo mal informado y provinciano. También de una ingratitud política y de un error de cálculo, pues la gran mayoría del gremio cultural había votado por él, como volvió a hacerlo ahora por Claudia Sheinbaum, y los intelectuales objeto de su rechazo público un puñado de conspicuos personajes a quienes su constante mención otorgaba una importancia cuya obra nunca ha tenido— no representaban a la vigorosa, intensa y compleja comunidad cultural mexicana.

Nunca se supo que el presidente hiciera una referencia libresca, a no ser de historiadores liberales y siempre en favor de sus propias perspectivas. Nunca se le oyó una mención teatral, una evocación plástica o una alusión cinematográfica más allá de alguna película que fustigó por considerarla adversa a su régimen. Su política cultural consistió en un compensatorio pero al fin excluyente e ideologizado interés por las manifestaciones indígenas. Un interés por la arqueología del sureste de México derivada del proyecto del Tren Maya, y no mucho más.

Fue chocante y contradictorio que el humanismo mexicano no considerara entre sus componentes esenciales a la cultura, cuyo significado primero y más antiguo es el de la formación del hombre, su mejoramiento y perfección. La “geórgica del alma” le llamó un pensador clásico, es decir, el cultivo del alma. Ahora diríamos el cultivo del espíritu.

No hay humanismo posible sin lo que los griegos nombraron Paideia: la educación del hombre como tal a través de las “buenas artes” propias exclusivamente de nuestra especie. Así se reproduce el arte más viejo que se conoce: hacer seres humanos.

La cultura es el diálogo de los vivos con los muertos y enseña a las personas a efectuar elecciones o abstracciones que permiten hacer cotejos y establecer valores, seguir conductas éticas y normas morales. La cultura forma la mente crítica, un atributo esencial. Es en ella donde radica el verdadero pensar. Por eso todo autoritarismo religioso o político la persigue.

Hace 32 años, quienes fundamos el Canal 22 y diseñamos sus contenidos, un medio público nacido paradójicamente en el neoliberalismo salinista, nos propusimos un lema definitorio: “Por una televisión inteligente”. Ese atributo abarcaba todas las manifestaciones del arte y la cultura. Su noticiero, un espacio inédito, cubría tan amplio espectro. El poder político nunca intervino ni utilizó la frecuencia para su interés o promoción.

De ahí que resulte desalentador y escalofriante conocer las razones del despido del experimentado periodista cultural Javier Aranda de las que da cuenta Adriana Malvido en su columna de El Universal (25/II/05): “Alonso Millán, el nuevo director del canal, le advirtió a Javier Aranda, director de Noticias: ‘Yo, cero, nada con los libros’. […] ‘A nosotros la cultura con C mayúscula no nos importa. Ya ha sido demasiado’”. Aranda se inconformó con la instrucción de dar prioridad a notas de la conferencia mañanera, con la negativa a abrir el noticiero anunciando el Premio Cervantes 2024, con darle mínima cobertura a la FIL de Guadalajara por ser “espacio de ultraconservadores”, con el rechazo a informar sobre exposiciones plásticas en museos privados. Él y sus colaboradores fueron cesados.

En el IMER hicieron lo mismo con Sergio Vela y su programa dominical “La ópera en el tiempo” luego de 16 años al aire. Asimismo saldrán de la programación “Letras y voces de la Academia de la Lengua”, conducido por Adolfo Castañón y Sergio Bustos, y “Quién es quién en la música” de Fernando Álvarez del Castillo. Estos espacios seguramente serán ocupados por mediocres opinólogos y exaltados exégetas dedicados a la hagiografía profana del gobierno actual, como ya sucede en los noticieros del Canal Once, donde los conductores editorializan maniqueamente los contenidos al modo de las televisiones privadas.

La inconsecuente confiscación de los medios públicos por el Estado los está convirtiendo en cajas de resonancia propagandística y no en instrumentos de pensamiento reflexivo y objetividad informativa. No servirán para formar conciencias críticas sino mentes indoctrinadas.

Era de esperarse que la llegada a la presidencia de una universitaria que se supone ilustrada, con formación científica y cosmopolita, estableciera un modelo de comunicación cultivado y democrático. Pero las anteojeras ideológicas y antintelectuales de la 4T parecen irse fanatizando en un odio a la inteligencia y a la cultura de visos totalitarios. ¿Lo sabrá Claudia Sheinbaum?

  • Fernando Solana Olivares
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