La línea del título es de Manuel José Othón, poeta muerto hace más de un siglo en otro México donde aún era posible escribir una lírica flotantemente alivianada. Hoy todo es ácido: las cosas se han acercado tanto que nos queman. Es necesario entonces aceptar el dolor de la conciencia que se niega a ser entretenida, e intentar comprender por qué el mundo es como es.
Nunca se sabrá, de todos modos, pero ciertas gentes morirán buscando dar con alguna explicación. Otros, más sabios y adaptados, no harán preguntas insolubles. Ante las manifestaciones de su existencia dirán que así son las cosas, sin perderse en la búsqueda de causas más allá del conocimiento.
Taxonomías humanas: quienes se preguntan lo que no puede saberse, quienes no lo suelen hacer. Los primeros son más complicados e infelices, los segundos viven suficientes momentos de felicidad como para aceptar el tranquilizador lugar común de que tal es la vida: desigual, combinada, impredecible.
Y que cada gente es como es y cree lo que cree porque se dice a sí misma que así es y que eso cree. De haber empleado la misma energía para decirse lo contrario, lo contrario serían.
Quien redacta esta nota se cuenta en la auto martirizada categoría de los preguntones, también llamados preocupones. Los maestros afirman que la preocupación es la antesala de la razón. Así que esa variante inquisitiva de personas no razona con la destreza que podría esperarse de su modo de ser: mientras más conoce la realidad, menos va entendiéndola.
Y esas gentes concluyen que son así porque poseen una mente crítica y no una mente comprensiva, según dividiría a los caracteres humanos algún pensador. La primera surge cuando el infante detecta la ausencia de la madre y establece consigo mismo un ruido mental, un diálogo interno cuya tarea será distraerlo del miedo que esa no presencia le provoca.
El segundo tipo de mente, la comprensiva, acepta la imperfección materna porque así es la vida, las madres son humanas y no pueden resultar irreprochables. Su contrario, en cambio, la mente crítica, llevó a un poeta isabelino a decir: Good mother is a death mother. Una simplificación.
El punto axial de las mentes críticas no puede basarse solamente en los tipos maternos posibles, todos ellos combinaciones y mezclas de dos extremos: la madre negra u oscura que abandona, la madre luminosa que cría y protege.
Mejor es aceptar que hablamos en la lengua de nuestras madres y en ella se formulan las preguntas de la conciencia inútil, buscando la comprensión de la parábola kafkiana acerca del hombre que acudió a pedir audiencia y se vio impedido de entrar al recinto del poderoso por un guardia armado. Aguardó en el dintel de la puerta y pasaron los años. Cuando el hombre iba a morir el guardia comenzó a cerrar la puerta y aquel le preguntó por qué en todo ese tiempo nadie más había intentado pasar. El guardia repuso que esa entrada estaba dispuesta solamente para él.
Ejemplos de la mente crítica que puede fabricar escenarios de pesadilla que no se originan nada más en el espíritu de la época, donde reina un subtexto obvio: algo muy grave va a pasar.
Delante de tal certidumbre se atarean los atributos preguntones de una mente crítica agobiada ante la percepción de un más allá metafísico: y al otro lado de la muerte ¿qué seguirá? Para las mentes comprensivas existe un consuelo de fórmulas diversas cuando se enuncian aunque idénticas en sustancia. Es decir, no hay respuesta alguna al sentido de la vida y de la muerte salvo el hecho mismo de su impermanencia, de su no duración.
Acaso las mentes comprensivas se refugiarán en las explicaciones que la humanidad ha construido: nos iremos al cielo o al infierno, regresaremos para reanudar el ciclo samsárico del nacer, crecer y morir, resucitaremos de entre los muertos cuando la divinidad reaparezca en el mundo para clausurar el ciclo sufriente de los seres humanos.
Mal haría cualquiera al menospreciar esas confianzas, sólo comprobables a posteriori, porque contienen poderosos mecanismos quitapesares. Aquellos ángeles clementes que conducen a una buena muerte, a un resignado tránsito, a un sereno final.
¿Serán pues dichas variantes —la mente crítica o la mente comprensiva, la mente preguntona y preocupada o aquella aceptante y confiada— las responsables de la manera personal de estar en el mundo y al fin encontrarle algún sentido o ninguno a esa estancia?
Eso sólo se sabrá cuando uno haya muerto, de allí la necesidad de adscribirse a la postura de Pascal sobre la existencia posterior: nada se pierde creyendo que hay una vida después de la muerte, al contrario.
Si resulta que no es así, nada malo habrá pasado al creerlo. Pero si esa dimensión sucesiva sí existe y a lo largo de la vida se ha negado, ¿cómo podría remediarse en el bardo de la muerte tal error?