Para Tae
En el punto uno-dos suceden cosas extrañas.
Por ejemplo: un hombre cruza por su vida y decide hacer un alto. Las viejas certezas están erosionadas. ¿Edad? A poquísima distancia de los setenta. El tiempo se comporta para él con una velocidad vertiginosa: cada vez hay menos, la arena desparece entre sus dedos. De hecho, esa es su única posesión: tiempo, lo que pierde sin remedio. Ha olvidado cómo contar la imagen que tiene de sí mismo —los términos hacen la ronda, quiebran platos y discuten, pero hasta hoy le han servido de muy poco. Un pájaro en vuelo, la mano temblorosa de un mendigo o una mañana inesperada, cualquier cosa, lo llevan a un suspiro humilde: importa hacer el alto, nunca el tiempo que pasa.
Si pierde los cuatro rincones abandone la partida.
El hombre camina por su memoria y lee por allí: “Bajo el cielo cristalino está el peligroso fango; dentro del muro labrado se alimenta la serpiente traidora; al paño más fino lo destruye la polilla; el gusano también ataca el árbol fructífero”. Después abre el bolsillo y saca las cuentas personales: de niño un día hizo lo mismo en un cuaderno de grandes tapas, a dos columnas, para enumerar amigos y malquerientes. Hoy, a diferencia de entonces, cuando los segundos eran legión, los primeros son una discreta mayoría. Entre ellos están los olvidados, los ahora indiferentes, los nunca vueltos a ver, los distanciados. Después de tanto, de haber venido y haber estado, las cuentas de sus afectos por fin cuadran las sumas contra las restas. Ya no comete el mismo error de aquella tarde primera: no encabezar con su nombre las dos relaciones. Los otros no son, los otros nunca han sido.
No haga triángulos vacíos.
El hombre toma asiento entre las piernas de una esfinge y convoca a la conciencia: agua amarga para beberse desde la lección del silencio. No ha logrado más que la terca fragilidad de vivirse como lo ven los otros. La experiencia, dice la esfinge, no connota. Las evidencias, repite, no existen. Hagas lo que hagas, dice el aire que cae y no lo toca. ¿Está ahí un acto de pura, incontrolable casualidad? Vuelta a la conciencia, dice la esfinge. Y el hombre no se va.
Nunca trate de cortar el nudo de bambú.
Toque poco ciertas cosas, le murmura al hombre una rasposa que pasa lentamente. Tres pecados dicen que hay: ira, envidia e ignorancia. Lo dice el Buda, pero es inexacto. La incuria se remedia, solo hay que aprender para ello. El encabronamiento estalla y se disipa. Pero la envidia es el dardo del alma: mata lo que toca, toca a todos.
Si una formación es simétrica juegue en el centro.
Todo está alineado delante del hombre. El juego consiste en saber muy pronto, con certeza, cómo es el otro rostro de las cosas. La silla sirve para el reposo y para descifrar el doblez del mundo, de las gentes, de las situaciones. ¿Arriba es abajo? La razón, pieza enferma en este juego que es el desorden del instante. Así, qué más da la intersección donde se coloque la piedra en el damero. El hombre ciego.
Hay muerte en las alas.
El hombre visita las estancias de su sorpresa. Muere todos los días y nunca renace por completo. Sabe que cuando hay tormenta debe alcanzar el centro, ese ojo del huracán donde lo inmóvil reina. Pero hasta hoy no ha merecido del todo aquel epíteto órfico para Atenea: inaccesible a los sinsabores. Siempre al alcance, ignorando los fondos de la suprema indiferencia, preguntándole a otros si el veneno se cura con veneno, si lo que a unos ata a otros libera, si el mismo suelo que hace caer ayuda a levantarse. Preguntando, el hombre sin atributos.
El punto vital de mi enemigo es mi propio punto vital.
La herejía es cruzar a la otra orilla. Al sitio donde los espejos se evaporan, donde las puertas se abren y las distancias se cierran. No hay modo de elegir los fenómenos, aunque los sollozos resuenen como lánguidas campanas. Los perfectos cantan cuando los devora el fuego, el aprendiz se humilla para aprender a volar, la vieja barre el umbral y levanta los restos de la noche, el agua solo acepta el calificativo de humilde, nostalgia & al lado escribe un autor. Al hombre lo rodea el espíritu de un mundo sin espíritu. Lee a Alicia y acepta que primero es la sentencia y después el juicio. ¿Cuándo llegara la condena?, pregunta en voz baja. El hombre se pone en marcha, vencer es avanzar. La vida es la misma de cualquier día. No pasa nada, él no es de aquí, se va mañana.
Con un gesto discreto la piedra se coloca en el escaque.
Este proverbio no existe, pues habla de la intención y alude al lenguaje. A aquella rosa que solo es rosa sin tener por qué. La flor crece y no es vista. Su gesto se realiza en la intimidad. Así los finales de un mundo, piedra lisa/piedra rugosa. El paraíso sucede entre los instantes y todo nombre apenas enuncia lo nombrado. Ningún proverbio explica el Go. Son dos los dedos de la mano que toman la piedra: una es negra, la otra es blanca.