Gil informa y forma opinión (¿quién se acuerda de este anuncio?). Se consumó: el dictamen que prohíbe corridas de toros con violencia fue avalado en lo general y en lo particular por el pleno del Congreso de la Ciudad de México. El proyecto provino de una iniciativa ciudadana respaldada por más de 27 mil firmas para prohibir las corridas de toros; no obstante, la semana pasada, la jefa de Gobierno, Clara Brugada, propuso integrar a la iniciativa la propuesta de “toros sin sangre”.
Gil ya ha ofrecido en esta página del fondo algunos párrafos de Tauroética de Fernando Savater, ahora propone otros que tiene que ver con este asunto. Vengan.
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Es pueril decir que los animales son “inocentes”, puesto que no pueden ser tampoco “culpables”: los imbéciles o los pedagogos edificantes que envidian la pureza del comportamiento animal —es decir, que añoran el jardín del Edén antes del pecado original y por tanto del comienzo de la libertad humana— olvidan esta verdad elemental.
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La perspectiva moral más decididamente preocupada por el bienestar de los animales es sin duda el utilitarismo. Jeremy Bentham, padre intelectual de esta doctrina, argumentó a favor de lo que luego se llamó “liberación animal” dentro de la polémica en pro de la abolición de la esclavitud humana. Los partidarios del esclavismo sostenían que emancipar a los negros —como acababa de hacerse en las colonias francesas de América— sería parecido a conceder derechos a los animales (…)
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El daño que causamos a los animales —aseguran los utilitaristas y asimilados— no es necesario, o sea va contra los intereses de esas pobres víctimas. El toro no quiere ser lidiado, ni la gallina poner huevos para alimentarnos, ni el caballo correr o tirar del carro ni el cerdo aprovisionarnos de jamones y chorizos o de piel para hacer zapatos: todo eso va en contra de sus intereses animales. Quizá ni siquiera el perro desee mover el rabo al ver a su dueño, por no hablar de los gatos a los que se castra para impedirles procrear camadas indeseadas, etc. Pero ¿en qué consiste el interés de todos los animales llamados domésticos, es decir, los que vienen en simbiosis con el hombre desde hace tantos siglos? Porque ya no responden a la mera evolución natural, sino que son el producto de una selección y cría orientada por la voluntad humana.
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Además de servirnos como fuente de alimentos, transporte, fuerza motriz, vestidos, calzado, etc., los animales han sido utilizados por los humanos —en todas las épocas y latitudes— como representantes de instintos y comportamientos no regidos por la razón que representan y ayudan a comprender el significado de la vida, en tanto esta se arriesga con juegos, desafíos y enigmas frente a la presencia constante de la muerte. Los animales han sido para los hombres antagonistas y maestros, presas y también depredadores.
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El rechazo de festejos como las corridas de toros es la opción moral respetable de una sensibilidad personal ante una demostración simbólica de raigambre atávica y desmesurada según los parámetros racionalistas comúnmente vigentes. Pero no puede fundar a mi juicio una moral única, institucionalmente obligatoria para todos. También es respetable que, de acuerdo con pautas religiosas o éticas, muchas personas condenen la práctica del aborto, por ejemplo. Lo que ya no resulta respetable del mismo modo es que los antiabortistas conviertan su opción en la única éticamente digna y califiquen de asesinos de masas a los que discrepan de ella. De modo semejante, tampoco es aceptable para una convivencia en la pluralidad de valores democrática que los antitaurinos califiquen como asesinato o tortura lo que ocurre en las plazas.
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Yo no practico la caza ni la pesca —aunque consumo sus productos— ni sería capaz de trabajar en un matadero: conozco lo que repugna mi sensibilidad, pero no tendría la arrogancia de convertirlo en norma ética impuesta a todos.
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… lo que está en juego, cuando se pide abolir definitivamente las corridas no pueden ser sino cuestiones morales de fondo. No cabe reprochar a los antitaurinos su actitud personal, pero sí el exceso de buena conciencia que les lleva a pedir prohibiciones absolutas: yo les aconsejaría menos arrogancia y más sustancia, porque sus argumentaciones estrictamente morales dejan mucho que desear.
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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras se acerca el mesero con la botella de Grey Goose, materia prima de los Gansos Salvajes, Gamés pondrá a circular las frases del respetable de la Plaza México por el mantel tan blanco: “¡Dos bien frías acá arriba! ¡Porra de soool!
Gil s’en va