Maternidad deseada, digna y con derechos

Ciudad de México /

¿Sabías que el Día de las Madres en México no nació para celebrar a las mujeres... sino para callarlas?

Cada 10 de mayo, México se pinta de flores, desayunos con mariachis, electrodomésticos en oferta y discursos sobre el sacrificio materno. Es una de las fechas más importantes en el calendario, se equipara al día de la Virgen de Guadalupe en relevancia para las y los mexicanos. Sin embargo, detrás de esta parafernalia comercial, se esconde una historia profundamente política. El Día de las Madres fue instaurado en nuestro país como una reacción conservadora ante los avances feministas de principios del siglo XX.

La oficialización del 10 de mayo en 1922 no respondió a un afán de reconocimiento genuino hacia las mujeres, sino a un intento por controlar sus cuerpos y reforzar su papel tradicional en la familia. En un contexto donde feministas como Hermila Galindo y las participantes del Primer Congreso Feminista en Yucatán comenzaban a cuestionar la maternidad obligada y a promover el uso de anticonceptivos, los sectores conservadores encontraron en la figura de la madre una herramienta simbólica para frenar las luchas de las feministas de ese entonces.

El periódico Excélsior se sumó a esta cruzada moralista, al denunciar lo que llamaron una “campaña criminal contra la maternidad”. Su propuesta fue clara: exaltar a las mujeres que tuvieran más hijos, premiar la fecundidad como virtud suprema y enaltecer el “sacrificio” como el destino natural de las mujeres; incluso, como la única vía de realización personal. Así, el Día de las Madres en México nació no como un homenaje, sino como una estrategia para reafirmar roles de género tradicionales y acallar las demandas feministas.

A más de cien años de su instauración, el 10 de mayo sigue siendo una fecha que en muchos espacios reproduce estereotipos sobre lo que significa ser madre: abnegada, sufrida, omnipresente, incansable, multitareas (o multitasking). Se invisibilizan las múltiples maternidades posibles y se borra la voz de quienes no desean ser madres o se les juzga por ello; al igual de quienes lo han sido por obligación o violencia, o de quienes crían desde contextos profundamente precarizados y discriminados.

En un país donde millones de madres sostienen solas a sus familias, donde la violencia obstétrica es sistemática y donde las redes de cuidados son mínimas, romantizar la maternidad resulta no solo insuficiente, sino cruel. El reconocimiento a las madres no puede seguir siendo solo simbólico ni condicionado a una narrativa de sacrificio. Es urgente garantizar los derechos elementales como: salud sexual y reproductiva, licencias de maternidad dignas, servicios de cuidado accesibles y pensiones justas para quienes dedicaron su vida a los trabajos doméstico y de crianza no remunerados ni reconocidos.

Resignificar esta fecha implica también reconocer la maternidad como una experiencia que debe ser libremente elegida. Implica hablar de madres lesbianas, trans, indígenas, adolescentes, con discapacidad o adultas mayores. Implica escuchar sus voces, sus necesidades, sus luchas y sus triunfos. Porque no hay una sola forma de maternar, y cada una merece dignidad, respeto y autonomía.

Por eso, este 10 de mayo no basta con flores ni con frases trilladas. Celebremos a las madres sí, pero desde el reconocimiento de sus derechos, su diversidad y su humanidad. Y que esta celebración no oculte el debate necesario sobre las condiciones estructurales que siguen imponiendo maternidades forzadas, desiguales y solitarias. Honrar a las madres es también transformar el mundo en el que maternan. La maternidad será elegida o no será.


  • Haidé Serrano
  • Maestra en Género, Derecho y Proceso Penal y licenciada en Ciencias de la Comunicación. Dirige y conduce Feminismos en Corto sin Tanto Rollo. Es autora del libro “Mujeres líderes en la pandemia”. Columnista en Luces del Siglo y Milenio. Conductora de Luces del Siglo El Podcast. Consejera del Consejo Coordinador de Mujeres Empresarias de Quintana Roo.
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