La resurrección de Donald Trump

  • Ekos
  • Javier García Bejos

Estado de México /

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca le ha regalado varios hitos al Partido Republicano y una victoria contundente y mucho menos cerrada de lo que se esperaba. Las tendencias indican que el futuro presidente de los Estados Unidos se llevará, además del colegio electoral, el voto popular -irrelevante para ganar la presidencia, pero muy útil en esta contienda para medir el humor social, tomando en cuenta que los republicanos no lo ganaban desde hace 20 años-, la Cámara de Representantes, el Senado y tendrá a su disposición a la Suprema Corte.

Todo el aparato del Estado a disposición de Donald Trump. Esta vez no habrá contrapesos institucionales, ni colaboradores que lo contengan, ni improvisaciones producto de la inexperiencia en la administración pública. El republicano viene recargado, con mucho poder y con un tremendo apoyo popular que quiere y anhela un cambio profundo en su país.

La razón de este triunfo arrollador y un poco inesperado para el GOP y el enorme descalabro demócrata tienen varias razones y me gustaría esgrimir algunas.


Las ventajas de Trump frente a Harris.

Sin duda hay que reconocer que con el tiempo en su contra, Kamala Harris logró revitalizar una campaña muy de capa caída para los demócratas, sin embargo, no fue suficiente para derrotar a su contrincante que le llevaba 4 años de ventaja, haciendo campaña y capitalizando los enojos y frustraciones de un amplio sector de la población estadounidense.

Otro punto en contra de la demócrata tiene que ver sin duda con la baja popularidad del gobierno de Biden y con la pésima percepción que tienen los ciudadanos estadounidenses de su economía y del rumbo del país, aunque un contraste más fino con la realidad objetiva nos diga que en realidad, las cosas no están tan mal. A eso hay que añadir que en su gestión como vicepresidenta Harris fue impopular y en muchos aspectos hasta intrascendente, toda vez que ese cargo condena muchas veces a la invisibilidad de quien lo ocupa.

Uno de los grandes aciertos en la narrativa y estrategia del republicano es que ha tenido un olfato infalible para detectar los agravios de una gran mayoría del electorado estadounidense, que no es progresista, que no vive en las ciudades y que tiene preocupaciones más primarias y básicas que no contemplan abstracciones como la democracia liberal y sus instituciones.

Hablamos de gente común, de contextos rurales y que se ha visto abandonada por el modelo político y económico que ha regido a Estados Unidos y al mundo desde los ochenta. Hablamos de un amplia población que está cansada del establishment de la política estadounidense. La retórica de Trump, muy popular en estos días en el mundo, se basa precisamente en la construcción de un perfil político que se asume como outsider. Los demócratas han sido incapaces de contrarrestar eso y para muchos, los azules no son otra cosa que la representación del estatus quo y de la clase política de siempre.


La crisis de nuestro tiempo: la migración.

En Europa y en Estados Unidos, por muy diversa razones que no es posible describir con detalle en este espacio, la inmigración se ha convertido en una de las principales preocupaciones de los votantes. Más allá de mentiras, prejuicios y tergiversaciones de la realidad en términos de lo que representa la migración para determinada realidad geográfica, lo cierto es que para muchas naciones sostener un alto flujo migratorio las está asfixiando en términos presupuestales y eso ha encendido la mecha de viejos odios y rencillas étnicas e identitarias.

El desempeño demócrata en la frontera sur de su país ha sido poco menos que decepcionante y los resultados de la gestión de la vicepresidenta en esos asuntos no le quedan claros a nadie. Trump ha sido el líder indiscutible en este tema, y aunque Obama deportó a un mayor número de personas indocumentadas durante sus dos administraciones, a los ojos de muchos, es el republicano el único capaz de solucionar el problema.


El rol de los Estados Unidos en el mundo.

Para muchos estadounidenses, la constante intervención de su país en asuntos extranjeros, entiéndase guerras y su consecuente apoyo financiero, ya no les hace mucho sentido, toda vez que el patrocinio armamentístico y militar que USA provee a aliados sale de sus bolsillos. Donald Trump ha sido categórico en política exterior y su posición en contra del multilateralismo y de los recursos que su país aporta a organizaciones como la OTAN también ha sido firme: quid pro quo con sus aliados políticos en Europa, si no, adiós financiamiento estadounidense.

Si el republicano será capaz o no de ponerle fin a los conflictos en Ucrania o en Gaza, como él asegura, es otra discusión, lo que sí queda claro es que no se ve muy probable que siga gastando recursos a discreción en causas europeas, o de donde sea, y que le son ajenas a la realidad de sus votantes. Esto será fundamental para el nuevo orden global que ya se ha estado estructurando desde hace años y en el que Rusia y China ya son actores clave. Es probable que a Donald Trump no le moleste un reajuste de liderazgos que le permita a su país aligerar la carga monetaria en asuntos que para muchos estadounidenses son irrelevantes.

Existen muchos factores que hicieron posible que Trump tuviera este triunfo tan aplastante, pero me parece que los que acabo de enunciar fueron decisivos para su victoria y le deja de paso al Partido Demócrata, y a todos, varias lecciones muy valiosas sobre el electorado estadounidense: la mayoría de la población de Estados Unidos no es progresista en agendas sociales, y temas como el aborto y las identidades étnica y sexo genéricas tampoco son cruciales si lo que está en juego es tener qué comer al día siguiente

Muchos estadounidenses quieren un cambio en el modelo político y económico de su país, un fenómeno sintomático del declive de las democracias liberales; la corrección política, el perfil del político tradicional y el discurso prodemocracia e instituciones ya no le dicen gran cosa al electorado porque justo ese modelo les falló.

Se viene un cambio profundo para Occidente. No me atrevo a especular cómo será y cuáles podrían ser sus principales implicaciones e impactos a corto, mediano y largo plazo, pero no tengo duda que el momento de ruptura en que vivimos no tiene vuelta atrás. Donald Trump ha sabido esquivar una y otra vez los obstáculos en su contra, muchos de ellos provocados por él mismo, porque ha sabido entender que la sociedades ya no quieren gobiernos divididos ni legislaturas paralizadas, quieren gobiernos que les resuelvan sus problemas. Una muestra clara de ello es la resurrección política de este neoyorquino que con un regreso triunfal a la presidencia de su país pretende cambiarlo para siempre… y al mundo también.


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