El cartujo regresa al monasterio con la frente marchita, como diría Gardel. En su breve peregrinar tierra adentro, no se ha librado de las malas noticias ni de la propaganda electoral. En todas partes vio los nombres y las imágenes —sobre todo de Claudia Sheinbaum— de quienes desde el oficialismo pretenden la candidatura presidencial. En todas partes lo asaltó la evidencia de un país ensangrentado, dolorido, inseguro, en especial para las mujeres y los jóvenes. Pero ahí están ellos, los aspirantes del régimen, repitiendo la letanía del gran encuestador, hablando de la felicidad del pueblo, de la continuidad con cambio mientras en sus gestos o actitudes palpita el célebre verso de Borges: “no nos une el amor sino el espanto”. Por eso las patadas por debajo de la mesa, el histriónico reclamo de quien, desesperado, pretende subirse al último tren de sus ambiciones políticas como si no supiera quién decide todo no solo en el gobierno, sino en su partido y en su fracción legislativa. Lo decide ahora y pretende decidirlo en el futuro, por eso impulsa a la más manejable de las marionetas, por eso promovió la revocación de mandato, se ha granjeado la onerosa fidelidad de las fuerzas armadas y dejará como tarea urgente la reforma al Poder Judicial, el cual —asegura— obstaculiza “la transformación del país”.
Dice estar preparando su retiro, habla de irse a su rancho a escribir. Pero nadie, ni él mismo, lo cree. Su larga sombra perseguirá a quien habite Palacio Nacional el próximo sexenio; quizá él no tenga apego al dinero, pero el poder es su vida. Como los viejos cantantes, podría emprender una larga gira del adiós para ser adorado y repetir una y otra vez su gastado repertorio de eslóganes y ofensas. A principios de septiembre —dijo en su espectáculo matutino— entregará “el bastón de mando”. No se siente indispensable, además “ha triunfado la revolución de las conciencias” y “ya es muy difícil que se engañe a la gente”. Y más difícil lo será cuando crezcan los niños adoctrinados con los nuevos libros de texto, ese catecismo donde los desvaríos devienen ventanas de oportunidad.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.