Entre Óscar Chávez y Bartlett

Ciudad de México /

José Luis Medina publicó en noviembre de 2019, en MILENIO, una entrevista con Óscar Chávez, muerto el pasado jueves. Le preguntó por la vigencia de sus canciones de crítica social. Andrés Manuel López Obrador estaba a punto de cumplir un año instalado en el gobierno, pero Chávez no se mostraba optimista: “Muchas cosas que son vigentes lo son porque los problemas aún siguen. Si la situación está del carajo es porque está del carajo”, respondió. ¿De quién es la culpa?, le dijo el reportero. “En gran parte es de los dirigentes de nuestro país, pero también de los ciudadanos, todos tenemos responsabilidad”, señaló. Medina prosiguió su cuestionario: ¿Algún político lo ha buscado? “Afortunadamente no y qué bueno porque no me interesa”, le dijo. Medina le preguntó si le escribiría una canción a López Obrador, su respuesta fue contundente: “No le dedicaría ninguna canción a algún presidente”.

Un mes antes, el 2 de octubre, Óscar Chávez se había presentado en el Complejo Cultural Los Pinos en la conmemoración de la matanza de Tlatelolco, denunciada por él en sus canciones sobre el movimiento estudiantil y recogidas en los dos volúmenes del álbum México 68, en cuya portada, con la tipografía oficial de los juegos olímpicos, un puñal atraviesa el corazón de la paloma de la paz.

Fernando Híjar Sánchez, biógrafo de Chávez, escribió en los años 80: “su canción siempre acompaña a las causas sociales más justas del pueblo mexicano”. Por eso le cantó a los sueños y la tragedia del 68, al movimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, a los campesinos, a los obreros, a los ferrocarrileros, a los migrantes mexicanos en Estados Unidos. Por eso fue un crítico constante del poder, de la corrupción, de los excesos de los políticos. En sus canciones también estuvieron la Guerra Civil española y la revolución sandinista, traicionada por un déspota, como tantas otras revoluciones.

Intermedio

En 1968, cuando desafiando los peligros de un régimen criminal, Óscar Chávez, de 33 años, les cantaba a los estudiantes presos, heridos, muertos, Manuel Bartlett Díaz, de 32, quien se desempeñaba como maestro en la Facultad de Derecho de la UNAM, decidió reiniciar su carrera política en el PRI, interrumpida brevemente por sus estudios en el extranjero. Desde entonces, el multimillonario y prominente personaje de la cuarta transformación ha transitado por las más altas esferas del poder, inmune a las críticas y los cuestionamientos, entre otras cosas por su extraordinaria habilidad para evadir sus responsabilidades (por ejemplo, en la “caída” del sistema y en el ocultamiento de propiedades y empresas y de conflictos de interés en sus declaraciones patrimoniales). Ha sido un político exitoso, como casi todos aquellos capaces de cambiar de piel según las circunstancias, también ha sido un hábil negociante, talento heredado a su hijo León Manuel, a quien la crisis del coronavirus le ha caído como anillo al dedo en sus tratos con el gobierno federal, como muestra un reportaje publicado el viernes por MCCI, firmado por Laura Sánchez Ley y Raúl Olmos. En la presentación del trabajo, se lee: “La delegación del IMSS en Hidalgo asignó a Cyber Robotics Solutions, propiedad de León Manuel Bartlett Álvarez, un contrato por 31 millones de pesos por 20 ventiladores respiratorios. Cada equipo fue vendido en un millón 550 mil pesos, que es el precio más alto desde que se declaró la emergencia sanitaria por covid-19, de acuerdo con una revisión de contratos públicos realizada por Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI)”. Otros ventiladores de características similares, comprados a otras empresas, han costado hasta 85 por ciento menos, escriben los autores.

Siguiendo el ejemplo de su padre, Bartlett Álvarez se rasga las vestiduras. Según él: “El proceso de compra se realizó de forma transparente y a precios razonables”; la delegación del IMSS en Hidalgo también ha rechazado cualquier irregularidad en la compra de los ventiladores, pero los papeles hablan y ahí están para quien desee consultarlos.

Óscar Chávez y Manuel Bartlett Díaz fueron coetáneos, pero la vida los llevó por caminos diferentes. Al político poblano lo acompaña una leyenda negra, un desprestigio solo invisible a los ojos de su líder y compañeros de la 4T. Óscar, por su parte, es uno de los más grandes representantes de la nueva canción latinoamericana, un investigador y promotor de la música popular, un artista querido no solo por sus viejos admiradores, sino también por los jóvenes, como quedó demostrado en su actuación en el Festival Vive Latino 2019, donde al hablar de sus canciones políticas dijo: “son desgraciadamente actuales”.

Tristeza

Cuando escuchó la noticia de la muerte de Óscar Chávez, al cartujo la tristeza se le vino encima. Recordó alguna borrachera en el Arcano, con él y sus grandes amigos Marcial Alejandro y Ernesto Márquez, sus conciertos en Bellas Artes, el Auditorio Nacional y tantos otros lugares. Recordó al hombre de izquierda, culto, bohemio, hosco, con un arraigado compromiso social y una franqueza lapidaria. Recordó Los caifanes y la emotiva Rompe el alba, película sobre los mexicanos en Estados Unidos.

Tal vez en Palacio Nacional escuchen sus canciones, está bien, pero Óscar supo mantenerse siempre insumiso y lejos del poder, como bien lo saben en la 4T.

Queridos cinco lectores, por las siguientes dos semanas El Santo Oficio les regalará su ausencia, mientras tanto, los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén. 

  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Milenio todos los sábados.
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS