Se tiene por costumbre entender el calendario nacional en términos de los ciclos sexenales, expresión de una cultura presidencialista. Los presidentes y ahora Presidenta son, por una parte, renovación, por la otra, retorno al origen. Para el caso presente, el origen remite al momento cuando Andrés Manuel ganó en 2018.
La continuidad es el rasgo central del actual gobierno. Los primeros días de la Presidenta dan cuenta de cambios importantes en las formas y eso es relevante, pero lo que importa está en el fondo y ahí el reto más que continuidad o cambio es cómo enfrentar los dilemas y desafíos que la realidad presenta.
Si Andrés Manuel estuviera a cargo del gobierno en estos días, quizá en lo íntimo estaría muy preocupado por la situación de las finanzas públicas y también de la seguridad. Como estrategia de comunicación e imagen optaría, como lo hizo durante su mandato, por eludir la discusión o reconocimiento de muchos asuntos graves, pero es ineludible entender que los problemas están ahí y hay que actuar.
Justo la acción para encontrar soluciones es lo que determinará el estilo de gobernar de la primera mujer en la Presidencia. La llegada de la presidenta Sheinbaum favorece la agenda y obliga a cambios necesarios en la política convenientes para todos. Es un largo camino, y que las mujeres alcancen posiciones de primer orden en la política puede representar un buen impulso a esa agenda, pero no es suficiente, se requieren resultados enmarcados en las libertades, la igualdad de derechos y su garantía no por el voluntarismo político, como ocurría en los últimos seis años, sino por un gobierno imparcial y un sistema de justicia confiable, independiente y con sentido de igualdad ante la ley.
La democracia no es sólo cuestión de consensos, encuestas, popularidad o votos, es algo más: preservar los valores, instituciones, dinámica y actitudes propias de un régimen de libertades. Alude sobre todo a la legalidad, la desconcentración del poder y el repudio de la impunidad. Ese ha sido el desafío fundamental del país a partir de su modernización y consolidación democrática. En el arranque de un nuevo ciclo, la esperanza no puede ser gratuita ni mucho menos obsequiosa, debe ser producto de decisiones consecuentes con el interés general.