Familia y valores

Edomex /

Hace tiempo escribía acerca de la familia entre los nahuas y creo que es conveniente recordar, nuevamente, algunos de los puntos en relación al tema. En México hemos heredado lo que llamamos nuestros valores, de nuestras raíces tanto españolas como de los pueblos indígenas y los que hoy somos se nutre todavía de ellas en diferentes formas.

Nuestros antepasados nahuas veían la familia como fundamento de la comunidad y la consideraban como la comunidad de los habitantes de una casa, “cen calli”, constituida por el padre, la madre y los hijos, en primer término, pero también con otros que podían vivir bajo el mismo techo, como los abuelos, los tíos, los sirvientes. Esta comunidad suponía un modo de vivir. En una familia, “cenyeliztli”, se congregan y viven en unidad un conjunto de personas en la que cada una tenía que preocuparse por la convivencia, la armonía y el bien de todos.

La condición básica para la familia se hallaba en un matrimonio bien constituido, fundamento asimismo de la educación donde, más allá de los cuidados en el orden material, lo principal era el buen ejemplo para los hijos. Las mujeres jugaban un rol capital. Una madre debía ser hábil diligente, discreta, honrada, digna de ser reverenciada, atenta a las necesidades de sus hijos y de la familia. Una tía podía cuidar de sus sobrinos a falta de los padres o por su lejanía y se esperaba que fuese ejemplar, la suegra podía ser una bendición para la familia y no una enemiga de su nuera. Se esperaba incluso que una madrastra pudiese llegar a ganarse el afecto y la estima familiar.

La autoridad principal en la familia náhuatl la detentaba el padre, a quien correspondía ser diligente y cuidadoso, gobernar su casa y sustentar a sus miembros. Un buen padre debía mantener y educar a sus hijos, y corregirlos en caso necesario. Cuando llegaba a faltar, el tío podía asumir la función de tutor de la familia de su hermano. El buen suegro, por su parte, se preocupaba de su yerno o de su nuera y de sus nietos, trataba de ayudarlos y, si era necesario los recibía en su casa.

Una buena hija se distinguía por ser obediente, recatada, animosa y alegre, honra de sus padres, hermanos y amistades. Un buen hijo era gloria de la familia y de la comunidad, asimismo obediente, humilde y agradecido, diligente, imitador de sus padres.

Esta idea puede encontrarse recogida principalmente en la “Historia general de las cosas de la Nueva España” de Bernardino de Sahagún, quien se preocupó de conservar para la historia muchas cosas del pasado. Hoy en día necesitamos seguir alimentando los grandes ideales, especialmente en este ámbito, el de la familia, para que nuestra sociedad pueda verdaderamente ser y vivir mejor.


  • Pedro Miguel Funes Díaz
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