Guerra y legítima defensa

Estado de México /

Los grupos y sociedades humanas a lo largo de la historia y en innumerables ocasiones han tomado el camino de la guerra, de la lucha armada, para obtener o defender bienes que consideran importantes. Pero la guerra significa ante todo muerte y destrucción y más todavía cuando se consideran las armas de nuestros tiempos, en los que la tecnología ha permitido usar con fines bélicos la energía nuclear. Al tocar la vida de las personas, sobre todo jóvenes, y los bienes individuales y sociales, el tema de la guerra adquiere gravísimas implicaciones morales.

En primer término cabe señalar que la guerra como agresión es inmoral en sí misma e implica una grave falta, porque la vida es el bien básico de todas las personas y de las sociedades. Sin embargo, en el caso de la guerra como legítima defensa ante una agresión se deben considerar varios puntos, como lo es el derecho y hasta el deber de defenderse. Aún en este caso, no siempre es lícito el recurso a la guerra, pues se requieren ciertas condiciones para tomar esa vía y se refieren al daño que causa el agresor, a los medios para poner fin a la agresión y al posible resultado del recurso a la guerra.

El daño que causa la acción de quien agrede, para que pueda justificarse una guerra de defensa, ha de ser un daño grave, puesto que las acciones bélicas, como dijimos, se orientan a destruir vidas e importantes bienes de la sociedad. Entre la agresión y la defensa debe existir una cierta proporción. El daño también ha de ser duradero y además cierto, es decir, que debe ser real y no solamente supuesto.

Otra condición para poder optar por el camino de la guerra consiste en que primero se hayan agotado todos los medios para que terminase la acción agresora, sobre todo la diplomacia y el recurso a las posibles instancias que pudieran intervenir para resolver la situación, por ejemplo, en los casos de conflictos entre estados, las Naciones Unidas.

Algo muy importante para que pueda optarse por la guerra es que existan razonables posibilidades de éxito, porque el empleo de las armas no debe entrañar mayores males y desórdenes de los que se busca resolver.

Teniendo en cuenta el nivel de destrucción de las armas actuales, esta condición exige una muy profunda consideración de parte de quienes tienen que tomar decisiones en estos problemas.

Puede decirse que existen unos límites morales de necesidad y de proporcionalidad en las decisiones que tocan el tema de la guerra defensiva. Ahora bien, teniendo en cuenta que los actores de una guerra buscan siempre justificar moralmente sus acciones, conviene tener presentes los criterios morales que de fondo deben regirlas.


  • Pedro Miguel Funes Díaz
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