Los pocos futbolistas mexicanos que juegan en Europa no están viviendo momentos muy agradables. Nada que pueda llevarlo a uno a pensar en que se consolidarán como verdaderas figuras en sus equipos en los próximos meses.
Como si le faltaran problemas, esta realidad de los llamados “europeos” vuelve aún más complicada la realidad de la Selección Mexicana de Futbol.
Javier Aguirre y su auxiliar Rafael Márquez no tendrán más que apostar a la consolidación de un gran equipo, un conjunto realmente unido que con base en un muy buen juego colectivo permita mostrarse competitivo en el campeonato del mundo del 2026.
Esto no es una verdad de Perogrullo. En el futbol, aún en el de más alto nivel, las grandes figuras terminan siendo decisivas en los duelos importantes, sea porque le ponen punto final a la labor de sus compañeros o bien por acciones de absoluta inspiración personal, producto de sus enormes dotes y talento.
El equipo nacional mexicano no tiene esto último. No hay que perder el tiempo en pensar que no, pero en una de esas puede encontrarse. No hay tiempo. Esa figura, aunque duela escribirlo y reconocerlo, no es Santiago Giménez. Tampoco lo fue y es Hirving Lozano, ni Henry Martín, ni Raúl Jiménez. Ni lo será el naturalizado argentino Germán Berterame, a quien se da por descontado llamará Aguirre en su primera convocatoria.
Tampoco hay mediocampistas ofensivos que deslumbren por su talento o desequilibrio. O extremos por derecha o por izquierda que marquen diferencias insisto, en acciones individuales.
Si Aguirre, Márquez y directivos a los que reportan están aunque sea parcialmente de acuerdo con este análisis, tendrían que diseñar un programa de trabajo riguroso y exigente que privilegie la conformación lo más temprana que se pueda de un equipo.
Esto significa no experimentar. Esto significa repetir alineaciones y definir roles y procesos que potencien el desempeño e identificación de los elegidos. Ya veremos.