De cara a la asamblea de propietarios del futbol profesional, que se ha anunciado para mayo próximo, hay una agenda puntual en la que estos personajes no han sido capaces de ponerse de acuerdo pese a lo sensible y fundamental que les resulta.
¿Por qué habría que pensar entonces que caminarán juntos y de la mano cuando se pongan a hablar de la Selección Mexicana de Futbol?
Hay un tema que destaca sobremanera en esa agenda de unidad: los controles para detener y reducir la inflación de salarios y precios de cartas de transferencia.
No hay un estudio que precise cifras, y menos aún uno que se haya hecho público. Pero se sabe que el futbol mexicano de la primera división paga cantidades absolutamente exageradas respecto a lo que se maneja aún en ligas prestigiosas de Europa.
Y el problema es que esos sueldos, esos precios por transferencia no se respaldan en una línea transparente de ingresos y egresos. Los equipos que se presumen poderosos financieramente hablando reciben cada semestre enormes subvenciones o subsidios de empresas relacionadas con sus propietarios. No gastan lo que generan.
Por esto es que en muchísimas ocasiones, los propietarios reunidos en sus asambleas han tenido la lucidez de establecer topes y se juran respetarlos, todo para proteger sus propias finanzas. Salen muy convencidos y hermanados. Pero apenas se dan la vuelta se traicionan felizmente. Si habían establecido no pagar más de 10 por determinado tipo de jugadores, de pronto a alguien le parece del todo válido pagar 25 sin tener que dar ninguna explicación.
Y en ese recorrido por esa escalera de orgullos no se dan cuenta que no escalan, sino descienden a un sitio del que no es nada sencillo regresar.
Lo decía ya en este espacio en tres columnas atrás. Por esto lo realmente importante y novedoso no es que elaboren un proyecto aceptable o contraten a un genio como entrenador. Lo valioso sería que de verdad fueran capaces de unirse de verdad. El negocio son todos, no uno por encima del otro.
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