Si tuviera que empezar un diario en estos días oscuros empezaría con una frase robada: “odio la noche”. Iniciaría ese informe personal en el momento en el cual un reloj interno me arroja a la vigilia a las cuatro y media de la mañana. A esa hora se puede contar la vida. Se puede empezar por el dolor de cabeza, el reflujo que sube por el esófago, todo lo que no dijimos en el día, lo que callamos, de eso tratan los diarios.
En la alta madrugada recordé que en su libro Vidas escritas, Javier Marías cuenta que los Diarios de Mann son temiblemente serios y muy poco sintéticos: todo lo que le ocurría le parecía digno de ser registrado, desde la hora en que se levantaba hasta el tiempo que le tomaba cada una de sus actividades, pasando por lo que leía y sobre todo lo que escribía. Los Diarios de Mann, agrega Marías, parecen escritos por alguien dispuesto a facilitar a la posteridad la minuciosa reconstrucción de sus incomparables jornadas y no los escritos de alguien interesado en opinar secretamente sobre su vida cotidiana.
Con el perdón de Thomas Mann, sé que los informes autobiográficos no deben extenderse. Yo escribiría en el primer capítulo un fragmento breve en el cual hablo con mi madre: ambos tenemos 63 años. Ella ha llegado a esa edad delgada, bien peinada, vestida con pulcritud, su pequeña estatura le da un toque de medida elegancia. Siempre irradiaba serenidad, aunque en este encuentro está desconcertada:
—¿Qué hacemos aquí tú y yo con la misma edad, si tu eres mi hijo y naciste cuando yo tenía 40 años?
En una entrada de mi diario, le respondo que la noche nos ha unido una sola vez, como la magia, que ocurre en una ráfaga y es irrepetible.
Mi madre, siempre haciendo comparaciones, me dice:
—Tienes la barba blanca, el pelo entrecano, te pareces a tu padre. ¿Cómo te ha tratado la vida?
Le respondo sin énfasis:
—Bien. ¿Y a ti? —le devuelvo la pregunta. Los dos tenemos la misma edad. Ella responde:
—Yo no sé de tu futuro, pero tú sí conoces el mío, escríbelo en tus textos, o memorias o diarios o como les quieras llamar. Tú sí lo sabes.
A mamá le pudo ir mejor en la vida. Así empieza este diario de invierno en la oscuridad de las cuatro y media de la mañana.