Mariano Otero

Ciudad de México /

George Steiner escribió que “los antiguos son todavía novedades. Los antiguos son gentes del mañana”. Este aforismo rige el libro de Enrique Ibarra: Mariano Otero. Académico, político y jurista (Cal y Arena, 2025). En estos días en los cuales reescribr la historia es una tentación, la biografía y la historia de Mariano Otero es una lección de rigor histórico.

Otero nació en 1817 y su vida ocupa uno de los capítulos más difíciles de la vida mexicana. Hacia 1841, en apenas veinte años de indepandecia, México había ensayado diversas formas de gobierno: el Imperio, el triunvirato, el presidencialismo (con 16 relevos en el poder), además de haberse regido por una constitución federalista y centralista.

La prosa de mediados del siglo XIX combina cuento, crónica, memorias, libros de viajes, viñetas, artículos misceláneos. A los escritores de este periodo los une un empeño, “emancipar la literatura nacional”. Esta primera generación la forman hombres nacidos entre 1800 y 1832: José Joaquín Pesado, Manuel Payno, Ignacio Rodríguez Galván, Guillermo Prieto, Florencio M. del Castillo.

La prosa del XIX es prosa periodística. La vida de cada escritor es la de uno o varios periódicos. O al revés. Cada publicación guarda una biografía de estos prosistas. La vida de Mariano Otero ocurrió en estos márgenes. En 1843 ocupó la vicepresidencia del Ateneo Mexicano, en 1848 se opuso a la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo. Esas fueron sus cumbres.

Mientras tanto, se fundan los dos grandes diarios liberales del XIX: El Siglo Diecinueve (1841) y El Monitor Republicano (1844). Ignacio Cumplido y Vicente García Torres fueron en muchos sentidos acompañantes de Mariano Otero. En el discurso de la conmemoración de la Independencia de 1841, escribió: “La República es un hecho consumado contra el que no prevalecerá el poder absoluto de un hombre, cualquiera que sea el título con que se llame su despotismo, ora sea protectorado, monarquía o dictadura; y sí, en la instalación de nuestras instituciones republicanas, las turbaciones y la agitación formaron gran parte de nuestra historia, si las fracciones se han sucedido en el mando, si hemos sido víctimas de los excesos, y todo esto nos ha traído grandes males, es necesario no ser superficial tomando algunos nombres por todo un pueblo y a ciertos sucesos por el conjunto de la historia de una nación”.

Leyendo el libro de Enrique Ibarra, puede traérse al presente esta lección ejemplar: la historia no puede ser reescrita, sólo el conocimiento de los historiadores puede darnos una visión real del pasado. 

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