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Memoria

Ciudad de México /

La pandemia nos transformó a todos. Nos toca averiguar en qué nos convertimos. He recobrado algo de lo que yo sentía en esos días, lo publiqué en este espacio y lo ofrezco de nuevo. Han ocurrido cinco años:

Recoger el periódico del día, la búsqueda inútil del presente. Montaigne decía que el presente no existe, sólo se trata de la unión del pasado y el futuro. Me detengo en una nota de Elena G. Sevillano en El País: “La Organización Mundial de la Salud ha declarado hoy el brote de coronavirus “pandemia global”. El director general de la organización ha asegurado en rueda de prensa que el elevado número de casos fuera de China hace necesario cambiar la definición a la de pandemia. “El director general de la OMS ha asegurado que la palabra pandemia, no se puede usar a la ligera (…) Es una palabra que, mal usada, puede causar un miedo irracional, o la aceptación injustificada de que la lucha se ha acabado, lo que llevará a un sufrimiento innecesario y a la muerte”.

Cae la oscuridad en las calles de la ciudad. ¿Qué es un día triste? ¿Una sucesión de recuerdos, de asuntos malogrados, de frustraciones, de deseos incumplidos y decepciones, odio de un mundo imperfecto, incendio de deslealtades, finitud deslumbrante? Como sea, hoy ha sido un día triste.

Las palabras del año que avanza en la oscuridad: contagio, enfermedad, muerte. La forma en que uno muere no es un detalle menor entre los hechizos de la vida; al contrario, se trata de abandonar el escenario y de resolver si lo haremos en condiciones desastrosas e indignas o con paso lento, seguro y apacible rumbo a la oscuridad de las bambalinas.

La pandemia me arrojó a las calles. Dejé el gimnasio y regresé a mi origen: el deportista callejero. De niño jugué cáscaras en el redondel del Parque México, corrí en el inexplicable circuito de la calle de Ámsterdam, producto de la mente del arquitecto Cuevas. En el Parque España tiré contra una portería imaginaria y anoté goles de ensueño. Al regresar a casa mi madre preparaba la vida en la mesa del comedor.

Un día recurrí al gimnasio y a la alberca techada. Para mí era una forma de bienestar. El covid arrasó con todo eso y regresé a la calle. Todas las mañana vengo de lejos y camino en el Parque España: el lugar de mis abuelos, de mis muertos y del ahuehuete que creció en la esquina de Sonora y que seguirá ahí cuando todos nosotros hayamos desaparecido, incluso la pandemia. 


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