La prensa cultural y política ha recordado en estos días los 10 años de la muerte de Monsiváis. Escritor explosivo, maniaco, brillante, Carlos murió antes de tiempo tocado por los aires mortales de una enfermedad pulmonar.
Formé parte del consejo de redacción de “La Cultura en México”, suplemento de Siempre!, la revista que dirigió el legendario José Pagés. Esas páginas centrales de la revista impresas en blanco y negro las dirigía Carlos Monsiváis. Es decir, formé parte de una generación de escritores y editores que encontraron en el mundo de la edición una forma de vida.
Joaquín Blanco, Héctor Aguilar Camín, José María Pérez Gay y desde luego el mismo Monsiváis nos invitaron a escribir, corregir y editar ese suplemento. Nos reuníamos los lunes en la casa de Monsiváis en la calle de San Simón, en la colonia Portales. Pasaban como una ráfaga de desdicha los años ochenta. Ahí armábamos el contenido de esas páginas y más tarde salíamos rumbo a la Imprenta Madero, que estaba en la calle de Centeno. Ahí nos esperaba el diseñador Bernardo Recamier. Antonio Saborit, Alberto Román, Sergio González Rodríguez, Luis Miguel Aguilar, Roberto Diego Ortega y yo mismo traducíamos, escribíamos reseñas y redactábamos nuestros primeros ensayos. Y soportábamos las críticas de Monsiváis a quien desmoralizaba nuestro desprecio por la política. En cierto sentido tenía razón. No la tenía, en cambio, cuando imponía su gusto, por llamar así a las venganzas culturales en las cuales nos incluía sin preguntar siquiera nuestra opinión.
A Monsiváis le gustaba dar gato por liebre y confundía el afán polémico con el golpe bajo, la crítica con la pequeña puñalada trapera. Trabajamos con él unos ocho años. Corríjanme. No lo recuerdo como un hombre generoso, pero sí como una mente brillante. Sigo recordando con asombro la forma en que cabeceaba los artículos a una velocidad pasmosa y con una originalidad increíble, su voluntad de saberlo todo y su capacidad para memorizar y relacionar asuntos que parecían alejados para siempre unos de otros. Un grandísimo lector. Guardo de él las más grandes decepciones de mi admiración por un escritor.
Creo que su carácter era contradictorio y no le faltaba algún rasgo sociópata: desleal y lúcido, voraz y minucioso, riguroso y desabrochado. Días de guardar, Amor perdido, Las leyes del querer, Apocalipstick, un póquer de ases.
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