De pronto pasó el primer cuarto del siglo XXI. Raro. El novelista británico Graham Greene escribió que “en el fondo de nosotros mismos siempre tenemos la misma edad”. Algo así pasa con nuestras ciudades. Llega un momento, decía Lobo Antunes, en que se empieza a convivir con la muerte.
Reviso periódicos de hace cien años: la capital de la República mexicana tenía alrededor de 600 mil habitantes y poco menos de 11 mil automóviles. Plutarco Elías Calles sucedía en la Presidencia a Álvaro Obregón, quien había logrado con los Tratados de Bucareli que el país saliera del nubarrón de polvo y muerte de la Revolución. Lo cierto es que la construcción del nuevo Estado mexicano, en perjurio del sueño de modernidad porfirista, fincaba sus reales en una ciudad que empezaba a ensayar nuevas formas de concebir el mundo. La rebelión delahuertista y la Guerra Cristera desmintieron las proclamas de democracia y paz que pregonaba el nuevo régimen. Los muros de aquella capital aparecen en los sueños de la nuestra.
Me ha dado por citar, antes se decía name dropping. Según Tom Wolfe, “nunca te das cuenta de cuánto de tu pasado está cosido en el forro de tu ropa”.
Las finanzas públicas durante el gobierno de Calles tuvieron como principal responsable al ingeniero Alberto J. Pani, quien concibió la “política hacendaria del nuevo régimen”, para así subsanar los problemas presupuestales del erario. Pani fue el responsable de crear en México el ISR, el impuesto sobre la renta, así como de unificar la banca. Gracias a Pani, el Banco de México acabó con el déficit que se había acumulado años atrás, durante el proceso revolucionario. Gracias a ello, hubo presupuesto para grandes obras de infraestructura a nivel nacional.
Cien años son todos en una vida y nada en la historia, un tris apenas: 1925-2025. Como se dice, pasa el tiempo, un siglo, ¿no es nada? Mi madre me dijo “mañana nos vemos” y sigo esperando.
Desperté y algo me reveló que venían los días de guardar. En la mesa en la que escribo tengo periódicos, fotografías, un reloj que usaba mi abuelo en 1925, podría decir que es una maravilla, pero la verdad es un trebejo, un trebejo precioso que le daba la hora a mis antepasados.
Dicho lo cual, les comunico que tomaré una inmerecida semana de días santos. Voy a pensar qué voy a hacer con todo este tiempo.