Acuerdo en lo fundamental

Jalisco /

Un recurrente sesgo en la argumentación política es aquel que tiende a confundir medios con fines. El debate público en torno a la mal llamada “reforma judicial” no es la excepción: se ha privilegiado la discusión en torno al medio, esto es, la eventual “elección popular” de los integrantes del Poder Judicial, en detrimento del resto de los contenidos del paquete de reformas y, por supuesto, en torno a los supuestos fines que éstas persiguen: asegurar una justicia pronta y expedita.

Los únicos beneficiarios de tal confusión son los promoventes, quienes, ante la imposibilidad de demostrar los supuestos para relacionar los medios con los fines, recurren a la denostación de sus detractores, a quienes califican de “conservadores” del status quo del Poder Judicial. Nadie en su sano juicio estaría en tal posición: las insuficiencias y limitaciones de la reforma judicial impulsada bajo los supuestos económicos de la elección pública, durante la década de los años noventa del siglo pasado están a la vista. La misma suerte correrán los argumentos de naturaleza política en los que descansan la actual reforma judicial, con los agravantes de los inminentes riesgos sobre los cuales nos advirtió desde hace 182 años el entonces joven legislador Mariano Otero, y que bien valdría recordárselos ahora mismo a los senadores de la República:

 “¿Qué otras garantías, qué otras combinaciones pueden contar con mejor fortuna?, ¿cuáles otras apoyarían la obra que diésemos, la obra en que tuviéramos por objeto no la república con sus derechos, con sus intereses, con su gloria y su porvenir, sino las fugitivas circunstancias de un día, la voluntad de un hombre, cuando más las amenazas de un partido o los peligros de una época? ¡Ah, señores!, semejante constitución sería mala por su naturaleza misma y pasando como un episodio de cobardía y de vergüenza, fuera para nosotros un monumento de oprobio y para la nación una causa de nuevas desgracias. ¡Qué jamás suceda tal cosa! Los legisladores, señores, los hombres elevados al sublime rango de legisladores, no deben humillarse ante las facciones, aunque sean poderosas, ni temblar ante el porvenir, aunque contenga peligros".


  • Roberto Arias
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