Nuestra felicidad de mexicanos

Ciudad de México /

Navegando por la red (justamente, me pregunto por qué escribimos, en castellano, el Internet, con un artículo masculino, siendo que el término ‘net’, en inglés, así sea que se le anteponga el prefijo ‘inter’, quiere decir ‘red’ en nuestro idioma), me encuentro con que Ciudad de México es la más amigable de todas las urbes del mundo con los extranjeros que llegan a afincarse.

La más hostil y dura, en el lugar 53 si mal no recuerdo, es Berlín, precedida de Múnich y Viena. Frialdad germana, podríamos tal vez suponer y, de pasada, alegrarnos de que nuestro país siga siendo un lugar muy habitable, a pesar de todos los pesares, es decir, del horror de la violencia y de las atrocidades perpetradas por los bárbaros que operan en las filas del tal crimen organizado (y, bueno, están igualmente los delincuentes que trabajan por su cuenta, en calidad de malandros independientes, muy temibles también).

Los mexicanos, como todos los pueblos, somos contradictorios. Por un lado alojamos en nuestro interior un oscuro resentimiento hacia los foráneos pero, a la vez, nos mostramos abiertos y campechanos con ellos; cultivamos un muy rancio nacionalismo al tiempo que abrimos puertas con natural desenvoltura y, finalmente, practicamos, por encima de la ancestral desconfianza que cargamos a cuestas, el paralelo desenfado nacional ante todas las cosas, una especie de muy jubilosa resignación —o, diríamos, más bien, aceptación— de que la realidad es cambiante en todo momento y de que siempre terminan por acontecer situaciones inesperadas.

Habrán ustedes vivido, como anfitriones o como invitados, la circunstancia en que Juana y Pedro no se aparecen nada más los dos a la hora de la reunión o la fiesta sino que los escolta también el compadre y algún amigo pegoste de última hora.

¿Qué acontece ahí? Ocurre algo absolutamente impensable en Suiza o en Finlandia o en Noruega, países con la más alta calidad de vida del planeta entero: sucede que no pasa nada, que da igual y que, juntando a lo mejor una plata entre todos, alguien sale volando al Oxxo, o a la tiendita de la esquina, a comprar más cervezas.

Así somos en estas tierras. La felicidad, tal vez, no es asunto de tener garantizadas algunas certezas: es cosa de saber brindar calor a los demás.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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